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Prohibía a su novia adolescente usar anticonceptivos, soltarse el pelo y hablar con sus padres

miércoles, 23 septiembre 2020 - 11:16
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Los celos y las ansias desmedidas de control marcaron la relación de dos jóvenes españoles -él mayor de edad, ella de solo 15 años- que llegó a juicio en la Audiencia provincial de La Coruña.
 
La pesadilla para esta adolescente arrancó en las Navidades de 2017, cuando se convirtió en novia de un hombre mayor que ella que no tardó en empezar a dictarle las "normas" de esta relación.
 
Entre las directrices que convirtieron la historia en pesadilla estaba el no usar ropa ajustada, no soltarse el pelo, no dejarse tocar por nadie o la exigencia de comunicarle en todo momento donde se encontraba e incluso "grabarse durante horas o efectuar videollamadas para asegurarse de que no le estaba mintiendo".
 
La presión llega al punto de que al final del día el acusado por los delitos de malos tratos, amenazas, lesiones y acoso revisaba con ella cada grabación para comprobar que no había incumplido ninguna de sus reglas.
 
La escalada en el proceso de control y manipulación fue a más durante los meses siguientes. El procesado, presuntamente, cambió las contraseñas de sus redes sociales e instaló en su celular una aplicación que servía para bloquear el acceso a otras, limitando y controlando así sus contactos con terceros.
 
Cuando ella estaba en el colegio, la obligaba a encerrarse en el baño durante todo el recreo y llamarlo para impedir que interactuase con el resto de compañeros.
 
El celular se convirtió, tal y como evidencia la acusación del caso, en un arma para limitar al máximo la libertad de la joven de 15 años. Tanto fue así que cuando quedó privada de él por un castigo que le impusieron sus padres, el acusado durmió en el rellano de su piso toda la noche vigilándola por una ventana, revela la Fiscalía.
 
El infierno al que la joven fue sometida, y del que nadie estaba al corriente, se agudizó durante el viaje de fin de curso de la menor en el mes de junio de 2018.
 
El hombre, supuestamente, la obligó a mantenerse todo el tiempo en contacto telefónico con él e incluso le dijo que había contratado a alguien para que la vigilase.
 
A su vuelta, el procesado se mudó a un departamento más cercano al de la menor, lo que le permitió ejerció un mayor control, si cabe, sobre cada uno de sus movimientos. Con esta mudanza llegaron también las primeras relaciones sexuales entre ambos, en las que el acusado le impedía usar anticonceptivos porque quería forzar un embarazo.
 
Paralelamente, le exigió a la chica que no pasase tiempo con su familia, que no hablase con su hermana menor, ni besase a su padre y que abandonase los estudios, provocando que bajase notablemente su rendimiento académico y empeorase la relación con sus progenitores.
 
La relación llegó al límite cuando el hombre comenzó a agredirla físicamente. Primero fueron pellizcos con los que le provocaba hematomas en las piernas que nadie podía ver. También mordiscos si alguien la rozaba en un bar.
 
Más tarde llegó a lanzarle objetos a la cara y a darle puñetazos en el estómago. Incluso le golpeaba los pies con un destornillador. Agresiones que la joven nunca denunció y tras las que no recibió asistencia médica por el pánico que él le infundía.
 
Estas amenazas tocaron techo cuando él la acorraló en un taller abandonado con una navaja y le dijo que la iba a matar.
 
La obligó a tomar cocaína de forma continuada durante dos semanas. Ese diciembre, la menor viajó con su madre y su hermana al extranjero, y durante el vuelo el acusado la obligó a estar en continua comunicación con él a través de whatasapp.
 
Durante la estancia de la menor en aquel país, el procesado, le dijo de forma insistente "tienes que cumplir" en referencia a que se vistiera como él quería y a que no hablase con su familia ni con terceros.
 
Para doblegar la voluntad de la menor, la atemorizaba diciéndole que se iba a suicidar, que denunciaría a sus padres si no accedía a sus peticiones, que si no era padre iría a la cárcel, e incluso que podría hacer daño a su hermana menor.
 
A consecuencia de todos los hechos y situaciones de violencia física y psíquica a las que el procesado sometió a la niña, ésta sufrió una importante afectación en todas las esferas de su vida, según la fiscalía española. 
 
El acusado, en prisión preventiva, se enfrenta a una condena de ocho años de cárcel por abuso sexual, maltrato continuado, acoso, lesiones y delito contra la salud pública, informa ABC. 

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