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Réquiem por la economía

lunes, 11 noviembre 2019 - 10:42
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    Ya no queda tiempo. Si el  país llega a la campaña  electoral sin un acuerdo mínimo sobre cómo  enfrentar sus serios problemas fiscales, corre el riesgo de condenarse  otros cuatro años más, en el mejor  de los casos, a un desempeño económico mediocre.
     
    Al Gobierno se le ha hecho muy  complicado administrar su debilidad política. El proyecto de Crecimiento Económico no funcionó  como un catalizador del debate sensato y urgente que se requería en  la Asamblea para paliar en algo las  heridas que dejó el violento paro de  octubre. Por el contrario, se percibe  bloqueo y demagogia.
     
    Aun cuando la Ley logre aprobarse a empellones, el presidente  Moreno ha dejado de ser convincente; perdió la iniciativa. 
     
    El vacío lo quieren cubrir los  actores de una movilización en la  que se inspirarán para construir el  ‘storytelling’ de sus candidaturas. La  propuesta económica y social presentada por el movimiento indígena  y sus fuerzas satélites (sindicatos y  la plana mayor de la izquierda sesentera) arroja tres lecturas. Una,  su escaso sentido de autocrítica y  el amplio portafolio de exigencias e  imposiciones propias del marcado  clientelismo de sus dirigentes. Dos,  su desinterés por incorporar en sus  diagnósticos y soluciones la visión  del ‘otro’. Es decir, la del empresario, la del Gobierno o la del joven  con nuevos paradigmas, a quienes  hoy se los concibe como los depositarios del atraso nacional.
     
    Finalmente, está su profunda  vocación correísta para entender  la economía y ejercer la política,  así repudien al expresidente y así  en la redacción de sus documentos estén Alberto Acosta o Pablo  Dávalos, los primeros renegados  de la década ganada.
     
    El poder de veto que hoy ejerce  la Conaie no tendría tanta fuerza  ni generaría tanta conmoción si  del otro lado hubiera una clase  política más responsable.
     
    La fórmula del Partido Social  Cristiano de cuestionar la eliminación de los subsidios a los combustibles, oponerse a que suban los  impuestos, pero a la vez exigir la reducción del gasto público, que entre  otras cosas se lograba con el decreto  883, confunde a un país que hoy más que nunca busca certezas.
     
    Es verdad que el Gobierno redujo  la cuestión económica a la urgencia  de completar los dólares para llegar  a fin de año, cuando su obligación  era marcar una estrategia para renegociar el pesado endeudamiento o  establecer como prioridad la reforma laboral de los nuevos tiempos. Y  sobre la crítica a esa gestión se han  planteado las más diversas recetas,  sin que exista un espacio ni un actor  que en realidad las articule.
     
    Ecuador tiene que hablar de  economía y hacerlo con patriotismo. Si no logramos convencernos  de que para salir de la crisis hay  que ordenar las finanzas públicas  y que sobre ese monumental esfuerzo, los políticos que quieran ser  presidentes se comprometan a un  manejo responsable de los recursos  estatales, no habrá un país viable.
     
    Se necesitan menos dogmas,  más sentido común y un frente de  ecuatorianos que incorpore la visión de las clases medias, desdramatice el cuento de los combustibles subsidiados y hable de pobreza  por fuera del discurso hueco de los  políticos populistas y las amenazas  de la Conaie con levantarse de nuevo. ¿Quién podrá hacerlo?

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