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¿Otro año perdido?

viernes, 22 mayo 2020 - 08:29
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    POR CARLOS ROJAS ARAUJO
     
    ¿Qué podemos esperar del  cuarto año del gobierno  de Moreno? Quizás el esfuerzo mayor porque el país resista  la depresión económica y los ciclos  de la pandemia; esperando a que no  se rompan las más elementales normas de convivencia democrática, en  medio de un Estado quebrado en el  que nada parece funcionar, a excepción de las mil cepas en las que muta  la corrupción con tanto desparpajo.
     
    Aun cuando la incertidumbre es  absoluta, no hay tiempo ni ganas  para escuchar promesas pasajeras.  El Primer Mandatario, hoy más que  nunca, debe cuidar su maltrecha palabra y reflejar en el 25 por ciento del  poder que le queda, aspiraciones modestas y realizables.
     
    Por la forma agónica en la que se  aprobaron las recientes leyes económicas es fácil colegir que Carondelet  se queda sin fuerza parlamentaria para proponer, discutir o persuadir.
     
    Mientras los acuerdos laborales  de la Ley Humanitaria definirán el  marco de la supervivencia (cuyo éxito  estará por verse), el Código de Finanzas permitirá al Régimen profundizar  su trabajo casa adentro. Ante la caída de los tributos (12 por ciento), de  las rentas petroleras (89 por ciento) y  a que las concesiones previstas ya no  llegarán, la única salida es el ajuste  presupuestario que costará lágrimas  al país. Si la gestión comunicativa no  brilla en esta faceta, el llanto será mayor. Moreno debe evitar que un nuevo ‘veto player’, como ocurrió con la  Corte Constitucional en el recorte a  las universidades, torpedee la agenda más importante de su mandato.
     
    Ecuador no puede vivir solamente del financiamiento externo  si su gasto irracional y distorsionado se mantiene. En ese sentido, este cuarto año de mandato puede  ser histórico y positivo si Moreno y  su equipo se inmolan por el saneamiento de las finanzas.
     
    Claro que los tijeretazos nunca  generan adhesiones y menos si no se  trabaja en la transparencia. Cuando  Moreno y su mesa chica vieron que  la pandemia podría justificar y relativizar los grandes yerros de su gestión  económica y administrativa, comienzan a estallar como minas antipersonales las denuncias de negociados y  sobreprecios, golpeando a importantes alfiles: Paúl Granda, Alexandra  Ocles, Daniel Mendoza… Es así como  el nuevo debate sobre la corrupción  demostró que el morenismo no atacó las estructuras correístas en el Estado, pese a que tanto las cuestionó.  Por eso el remplazo de los correístas  caídos en desgracia se llena con otros  de la misma línea como Rommel Salazar o quizá Gustavo Baroja.
     
    La crisis de identidad en la Presidencia es profunda y peligrosa. Los  meses que le quedan en el poder no  pueden ser interpretados como el  cierre de una comedia que empezó  en agosto de 2017 (mes de la ruptura  con el exvicepresidente Jorge Glas)  para acercarse en mayo de 2020 al  mismo punto de partida.
     
    La determinación que María Paula Romo anuncia en los medios, quizás motivada por la gestión del ministro de Salud, Juan Carlos Zevallos,  de enfocarse en la lucha interna contra la corrupción en la administración de los hospitales, es una magnífica oportunidad para salvar los  muebles de un gobierno que el próximo año entregará el poder a un presidente del que hoy no tenemos la más  remota idea de quién será. 

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