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La campaña de los 10 años

jueves, 12 enero 2017 - 10:20
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    Mientras la política ecuatoriana pretende, en este enero, sentar las bases para una renovación en las urnas, el gobierno de la Revolución Ciudadana conmemora sus 10 años en el poder. Rafael Correa querrá celebrarlo por todo lo alto. No en vano, ningún presidente moderno se ha mantenido en ese cargo por tanto tiempo. Ni siquiera los caudillos del siglo XIX o de inicios del XX como Juan José Flores, García Moreno, Eloy Alfaro o Velas- co Ibarra, cuyas décadas de influencia se vivieron con varios períodos de interrupción.
     
    Quedará en manos del Consejo Nacional Electoral monitorear los actos de celebración verde flex para que estos no signifiquen un empujoncito (¿o todo lo contrario?) a sus candidatos.
     
    En todo caso, esta coincidencia de fechas pone al país frente a una disyuntiva interesante: suponer que el continuismo aún tiene cuerda para otros cuatro años en Carondelet y la Asamblea Nacional o que ya es hora de un cambio de época.
     
    La decisión, si bien corre por cuenta de los electores el momento en el que marquen su papeleta en la intimidad del biombo, es oportuno que el Ecuador, como país, entre en una suerte de reflexión dialéctica. 
     
    El presidente Correa no quiso presentarse en estas elecciones, porque sentía que su popularidad llegaba a los límites del agotamiento. Por eso puso a su partido a correr en la búsqueda de una salida ‘institucional’ para evitar que su proyecto de reelección indefinida le jugara, en este 2017, una mala pasada. A partir del ‘no’ presidencial, Alianza PAIS posicionó la idea de que sí era posible la renovación interna, la carrera de postas y –eso se verá el 19 de febrero– el triunfo de los relevos. Una suerte de correísmo sin Correa.
     
    Sin embargo, renovación política no implica única- mente cambiar de rostro. Si no se renuevan las estructuras, se castigan a los corruptos y se pone fin a la polarización, la transformación quedará en el simple maquillaje; el mejor ejemplo del gatopardismo.
     
    Lenín Moreno y el resto de candidatos a la presidencia tienen, en esta campaña de enero, la oportunidad de comprometerse con una idea genuina de cambio y mostrársela al electorado, pues a la vuelta de la esquina cualquiera que gane las elecciones puede sentirse tentado por las ventajas que le ofrece este hiperpresidencialismo peligroso y vigente. 
     
    Los 10 años en el poder que celebra Correa y el cenit de la campaña electoral inspiran, por sobre todas las cosas, un debate fundamental sobre el futuro de la democracia ecuatoriana. 
     
    El país puede acostumbrarse a una compleja estabilidad política marcada por la posibilidad, claro está, de impulsar proyectos a largo plazo, pero también de gobernar con un estilo autoritario, opaco y lento a la hora de investigar y sancionar los hechos de corrupción. O, de plano, entender que la alternancia también es necesaria, porque renueva votos, compromisos y consensos elementales para la convivencia de toda una sociedad, aunque en el pasado se la haya entendido como sinónimo de caos e ingobernabilidad.
     
    Estos días de enero y febrero serán históricos porque marcarán el comportamiento político de los ecuatorianos hacia el futuro. Sin duda, son semanas transcendentales.  

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