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¿Otra oportunidad perdida?

viernes, 25 septiembre 2015 - 08:14
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    No culpemos al resto de nuestro subdesarrollo. Solo se puede salir adelante utilizando a nuestro favor los beneficios de la competencia y en particular del comercio internacional.

    Por primera vez desde 2007, el congreso norteamericano otorgó poderes al presidente Obama para promover el comercio internacional con el llamado “fast track”. Con esta autorización se acelera la apertura comercial, porque los acuerdos a los que llegue solo podrán ser aprobados o negados en el congreso, pero no modificados.

    En materia comercial, la primera prioridad para EE.UU. es la Asociación Transpacífico (TPP), que le permitirá una mayor presencia en 12 países emergentes del Pacífico asiático, consiguiendo un contrapeso a China en la región. La segunda es con el bloque europeo con la Alianza Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP).

    En América, EE.UU. tiene acuerdos comerciales con todos los países del Pacífico desde Canadá hasta Chile, con excepción de Ecuador. ¿La razón? Tenemos miedo a la competencia. Nos horroriza la posibilidad de que ingresen a nuestro mercado productos de mejor calidad y con precios más bajos, que nuestras industrias no puedan competir y que terminen quebrando.

    Pero olvidamos que la principal característica de los Tratados de Libre Comercio es que no son “libres”. A pesar de su membrete, los acuerdos comerciales son siempre negociaciones para encontrar beneficios mutuos. Esto implica ceder en ciertas actividades que tienen una reducida importancia relativa, proteger muchas otras y excluir de la negociación a productos sensibles por el empleo que generan.

    Existen varias teorías económicas que sustentan las ventajas que obtienen los países que participan en el comercio internacional, inclusive si tienen costos de producción más altos. La competencia internacional impulsa a los países a especializarse en los sectores en los que ya son más eficientes o en los que pueden construir competitividad.

    No se trata de caer en el extremo de asegurar que toda negociación de libre comercio es conveniente. Existen fallas en los mercados internacionales que justifican la intervención estatal. Entonces es claro que los beneficios de un acuerdo comercial se alcanzan exclusivamente si se realiza una buena negociación.

    Históricamente, nuestra relación con EE.UU. ha sido profunda y, proponiéndonos, podemos encontrar más coincidencias que divergencias. En materia comercial, EE.UU. es el destino de 42 por ciento de nuestras exportaciones y provee 24 por ciento de nuestras compras. En materia monetaria, utilizamos la divisa norteamericana. En seguridad, compartimos el objetivo de lucha contra el narcotráfico. Y en lo político, compartimos los valores de una sociedad democrática.

    Enterremos de una vez a los fantasmas de la Teoría de la Dependencia. La relación comercial entre países con diferentes grados de desarrollo es beneficiosa para ambas partes. No culpemos al resto de nuestro subdesarrollo. Solo se puede salir adelante utilizando a nuestro favor los beneficios de la competencia y en particular del comercio internacional. Aprovechemos que el presidente norteamericano puede negociar expeditamente acuerdos comerciales. Negociemos con valentía un acuerdo comercial conveniente al país. Es hora de mirar al futuro.

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