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Los siete pecados capitales

lunes, 6 marzo 2017 - 05:08
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    Que los vicios son tan antiguos como la humanidad, lo sabe todo el mundo. Pero la cantidad de dinero que recibió el fisco en la última década, sumado a la política del “arca abierta” por la falta de fiscalización, tentó hasta al más justo y los vicios de algunos alcanzaron niveles inimaginables. Los siete pecados capitales de la política ecuatoriana son el origen de muchos otros males y evidencian una sociedad en descomposición moral.
     
    Empecemos por la vanagloria expresada a cada paso de nuestros políticos: “nosotros sabemos de economía y finanzas, ya no comamos cuentos…”. Mientras tanto, los ciudadanos siguen perdiendo su empleo adecuado y tienen que refugiarse en la informalidad para llevar el pan a sus hogares, las ventas se contraen y las deudas fiscales se acumulan.   
     
     
    Varios funcionarios públicos, llenos de avaricia, se dejaron sobornar a cambio de jugosas recompensas. La lista de casos cuestionados es larga: el comecheques, el caso Duzac, irregularidades en la venta anticipada de crudo, venta de pases policiales, pago por frecuencias de radio, coimas de la constructora Odebrecht y de Cardno Caminosca…
     
     
    La glotonería vino de un caudillo que exigía que todos los elogios sean para él. Las críticas de las pocas instituciones de la prensa libre eran fuertemente acalladas acusándolas de corruptas. El justificativo oficial fue que “desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta”.
     
    La lujuria fue avivada por la abundancia de petrodólares que hizo perder las proporciones a nuestros gobernantes. La refinería del Pacífico, la planta de abastecimiento de gas Monteverde, las plataformas gubernamentales, aeropuerto del Tena, el edificio regalado a Unasur… son obras faraónicas construidas con nuestro dinero, algunas inconclusas o subutilizadas como testigos de un pueblo que vuelve a caer en los mismos errores una y otra vez. Al igual que en los años 70s, la mala administración de la bonanza nos empuja nuevamente al doloroso ajuste económico.
     
    La pereza invadió a los políticos que descuidaron el cumplimiento de su obligación de proteger los recursos de los ecuatorianos. Era su deber impedir que el arca quedara abierta y maximizar el beneficio para la población con la inversión pública.
     
     
    Para mantener vivo su respaldo, el gobierno incitó la envidia entre hermanos. Se volvieron comunes frases como: “​unos cuantos pelucones no van a poder contra mí, ni contra un pueblo que avanza…”. La ira fue común en cada aparición presidencial: “aprende a respetar muchachito malcriado, yo soy tu presidente”. 
     
    No volvamos a dar demasiado poder a nadie, por más buenas intenciones que tenga. El desafío urgente es construir una institucionalidad que ponga límites a futuros gobernantes. Las instituciones deben estar por encima del presidente que se cree demasiado bueno, así como del mediocre. Los presidentes vienen y van, lo único que nos quedan son las instituciones. Reconozcamos que nos hemos equivocado y que sin enmienda, el lugar más oscuro del infierno estará reservado para los ciudadanos que nos hemos mantenido indiferentes ante la destrucción de las instituciones.  

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