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Ser o no ser

jueves, 5 febrero 2015 - 12:38
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    Con la tolerancia florecen las ideas, la innovación y el progreso. No es casualidad que a mayor intolerancia hay menor calidad de vida.

    La frase: “Je suis Charlie”, (Soy Charlie), pronunciada después del aterrador asesinato de caricaturistas franceses a manos de terroristas islámicos se volvió mundial . Irónicamente, apareció hasta en el twitter del secretario de Comunicación Fernando Alvarado, quien no se ha caracterizado por ser tolerante ni siquiera con el humor. No obstante, la irreverencia sobre las religiones – no solo el Islam - de los caricaturistas muertos generó una contra-frase: “Yo no soy Charlie”. Como Hamlet en la obra de Shakespeare, podríamos preguntarnos: ¿Ser o no ser? Un debate que atañe al corazón de las relaciones humanas: la tolerancia.

    Tolerancia proviene del latín tolerare, que significa aceptar no interferir con creencias que uno no comparte. El derecho a tener un credo, una convicción política, un pensamiento propio y la libertad para expresarlos es inalienable. Sin embargo, cuando esas creencias devienen en fanatismo, surge la intolerancia. El fanatismo es inversamente proporcional a la razón. Por este mal absurdo se ha derramado millones de vidas: los cristianos perseguidos por los romanos; los herejes y las brujas por la Inquisición; seis millones de judíos exterminados por el nazismo;, los 20 millones por las purgas en el estalinismo y 45 millones por el maoísmo durante su política de “Un salto hacia adelante”.

    ¿Cómo lograr una sociedad tolerante? Separando el dogma de la razón. La respuesta la dio un filósofo francés del siglo XVIII, Pierre Bayle. Bayle sostiene que la fe y la razón son dos mundos que no pueden juntarse, porque son paralelos. Escarbar con la razón la fe solo trae controversia y las filosofías racionales únicamente sirven para corregir errores terrenales. Esto explica porque Bayle, un calvinista – religión que sufrió intolerancia, pero que a su vez se volvió intolerante– fue venerado por los iluminados de su tiempo, aquellos que crearon el método científico, que dio origen al mundo moderno. En consecuencia, argumentaba Bayle: “La política, la ciencia, la filosofía, y los negocios serán mejores cuanto más ateos sean sus cuadros”.

    Cuando los dogmas se mantienen fuera del manejo de los asuntos públicos, las sociedades se vuelven tolerantes. Con la tolerancia florecen las ideas, la innovación, el mejoramiento de la calidad de vida, el progreso. No es casualidad, que a mayor intolerancia hay menor calidad de vida. Pero lo más importante, la tolerancia garantiza que el individuo no sea sometido a una colectivización totalitaria en nombre de una religión, una raza, una clase social o una ideología.

    La tolerancia, sin embargo, al igual que la libertad tienen límites: la violación de los derechos de otros. ¿Al ser irreverentes con aspectos religiosos estuvieron los caricaturistas franceses violando los derechos de católicos o de musulmanes? ¿O simplemente emitieron opiniones desagradables? Como católica practicante me molestaron sus caricaturas sobre el Papa y Jesús. Como persona que se rige por principios democráticos, considero que no violaron mis derechos y que tienen el derecho a expresarse. Las leyes, debatidas por procesos racionales en Francia también lo consideran así.

    En 2014 se cumplieron 25 años de la implosión del comunismo y este 2015 se celebrarán 70 años de la derrota del fascismo de Mussolini y Hitler. Sin embargo, hemos olvidado esas tragedias y estamos volviendo a vivir nuevas formas de intolerancia. Algunas han llegado con ropajes de democracias “participativas” y otras no dejan duda de su traje fascista, como el Estado Islámico. La derrota de los fanatismos se consigue con la defensa valiente del laicismo en asuntos públicos. Francia es el mejor ejemplo.

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