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Los infranqueables

lunes, 11 noviembre 2019 - 02:55
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    Hubo una pregunta fundamental para que el  modelo de democracia  republicana se consolide: ¿quién debe someterse a la ley y a  las decisiones de los jueces? Aunque  la respuesta hoy parece obvia, nos  ha costado siglos entenderla y, sobre  todo, aplicarla. En las monarquías, el  rey no se sujetaba a la ley porque él  mismo era la ley y la justicia. Hitler  decidió que un grupo de seres humanos no se someterían a los jueces ni  al derecho ordinario, sino a un orden  especial que los eliminaría. Años después, los dictadores del cono sur decidieron que los militares no estarían  vigilados por los jueces comunes,  sino por benevolentes tribunales especiales. En el trasfondo de estos  sucesos encontramos la conquista  primordial de la república democrática: el Estado de derecho que, a su  vez, se traduce en que no existen  infranqueables. Cualquier persona,  sea un político o un ciudadano, está  al alcance de la ley y los jueces.
     
    Resulta que después de un período en el que convirtieron al Estado  en su hacienda personal, algunos  caudillos del socialismo del siglo XXI  han tenido que enfrentar a la justicia  como cualquier persona. Y frente  a esta realidad, su mejor respuesta  para eludirla ha sido enarbolar la bandera de la “persecución política”.  La lista es larga: Así como Correa alega a diario que lo hostigan con procesos para alejarlo de Ecuador y de las  elecciones, asimismo Maduro dice  que las investigaciones por corrupción que se adelantan en Estados U nidos responden a una lógica de  acoso imperial. Lo mismo ha ocurrido con Lula y Martinelli, etc.
     
    Hace pocos días, luego de que  Ecuador viviera la antesala de un golpe de Estado, algunos asambleístas  de la Revolución Ciudadana solicitaron protección a México siguiendo  la vieja y confiable fórmula de la persecución política. Ellos sospechaban que la justicia investigaría qué rol jugaron en este octubre negro y, entonces, fieles a la tradición, buscaron recaudo en un espacio inalcanzable para  la ley ecuatoriana: Una embajada.
     
    Sí, quienes por excelencia deberían estar a las órdenes de los jueces  y los fiscales, decidieron unirse al  combo de los perseguidos. Huyeron  y nos dejaron un mensaje tan contundente como alarmante: Ellos no  se someten al Estado de derecho.  Ellos, privilegiados y aún poderosos, pueden evadir la justicia bajo  el adagio melifluo de la persecución  política. Y esa idea es devastadora  para nuestra democracia, pues si  los más altos referentes de la moral pública pueden escaparse por la  ventana, ¿por qué mañana un delincuente común no podría hacer lo  mismo? Como ciudadano me duele  que ellos, los poderosos, decidan  cuándo se someten a la justicia. Me  duele que esos políticos entiendan  que el Estado solo sirve cuando los  enriquece, los envalentona de poder  y, a la larga, los perpetúa. Resulta  trágico que ese Estado al que juraron  servir tenga vedado pedirles cuentas  porque ellos son simplemente infranqueables. 

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