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Las cuentas que Correa no logra cuadrar

jueves, 22 agosto 2019 - 02:29
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    Cuando fue presidente,  Rafael Correa amenazó con renunciar a su cargo  no menos de 14 veces. Y  mientras impulsaba, con su mayoría  legislativa, el proyecto de reelección  indefinida, repitió otras tantas que  no le interesaba eternizarse en el poder. Pamela Aguirre, hoy acusada de  recibir aportes ilegales, movió montañas para destruir el paréntesis, abierto por sus estrategas, a fin de que el  desgaste y los problemas fiscales, no  le jugaran una mala pasada electoral  en 2017. Correa confió en que Lenín  Moreno le guardaría el puesto, pero el  encargo se volvió “traición”.
     
    Ahora, se hilvana el relato del retorno inevitable. ¿Cabe creerle? La  leyenda se pinta en las paredes; y en la  tele, el ex Presidente usa a uno de sus  periodistas más obsecuentes para insistir que en Ecuador ocurrirá lo de Argentina: ¡El regreso del progresismo!
     
    Sin embargo, tal y como están las cosas, es arriesgado para Correa,  con orden de localización y captura,  inmolarse como Jorge Glas, con casi  dos años en arresto y sin que las calles se calienten a su favor.
     
    La Fiscalía ya no le pertenece.  Diana Salazar persiste en la trama  de sobornos 2012-2016, que sin las  detenciones de Pamela Martínez y  Laura Terán, colectoras confesas de  millones de dólares, el caso no hubiera pasado de los titulares de prensa.
     
    Si la sentencia a Glas, que aún  no está en firme, fue cuestionada  porque configuró un delito menor  (asociación ilícita), la hipótesis de  Salazar es más fuerte: una organización criminal que incurrió en cohecho, cuya pena no prescribe. 
     
    Hábil como siempre, el correísmo  mantiene una estrategia sistemática  de opinión pública para mostrar este  caso como la más infame persecución  judicial. Varios abogados inteligentes  alimentan ese discurso, asegurando,  por su monto, que el depósito de  6.000 dólaresen una cuenta de Correa es insuficiente para condenarlo  como un Presidente corrupto.
     
    Serán los jueces los que valoren  dicha transacción bancaria; no obstante, esta abre otras interrogantes que golpean su imagen. Por ejemplo, no es políticamente correcto  que en el despacho presidencial se  haya alimentado un “fondo solidario” con suficiente liquidez en  efectivo, como para que Correa disponga de la noche a la mañana de  6.000 dólares. Más aún, cuando la  revolución ciudadana era enemiga  de los ‘fonditos’ echando abajo al  FEIREP o justificando el traspaso  al BIESS del Fondo de Cesantía del  Magisterio, por haber sido “la caja  chica del MPD”. Si la Presidencia  quería ser ejemplo de pulcritud, ese  fondo solidario tenía que administrarse en una cuenta bancaria.
     
    Lo más cuestionable viene de  boca del propio Correa, cuando aduce que el préstamo sirvió para solucionar un “sobregiro recurrente”.  Que un presidente, que además es  economista y que muchos de sus  gastos (movilización, comida, seguridad) estaban cubiertos por el  Estado, admita el desorden de sus  finanzas personales, deja entrever  el dispendio con el que manejó las  platas del Estado. En lo público hay  que ser y parecer…
     
    Las explicaciones jurídicas y políticas que Correa debe al Ecuador  hacen que su enésima promesa del  retorno sea eso… una promesa. 

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