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La política sin odio

viernes, 26 febrero 2021 - 02:36
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    Por Patricia Estupiñán
     
    Ambos presidentes uruguayos  fueron rivales por décadas. No  obstante, en su despedida el liberal Julio María Sanguinetti y el socialista José Mujica dieron el mejor ejemplo  de lo que deberían ser los políticos. Después de maravillosos discursos, se abrazaron con respeto y se desearon buena  suerte. Esto es tan inusual en Latinoamérica, una región crispada por odio y  visiones dogmáticas.
     
    Por un momento, al escuchar en el  Consejo Nacional Electoral a Yaku Pérez y Guillermo Lasso, la escena de Sanguinetti y Mujica me vino a la memoria.  Pérez y Lasso fueron corteses y coincidieron en la necesidad de recontar los  votos, para que no quede ninguna sombra de duda sobre quién debía pasar a  la segunda vuelta. Esa civilidad fue un  rayo de esperanza: a pesar de las diferencias era posible llegar a los acuerdos  también en Ecuador. Lastimosamente  duró lo que dura un instante. Las declaraciones posteriores de Yaku Pérez reflejaron la terrible realidad. En la política nacional es imposible vencer a la  práctica de hacer enemigos a los rivales. Pueden más las taras de premiar  con votos a quien insulta más y de  creer que no se obtiene réditos por  respetuosos con los demás.
     
    Un Yaku Pérez furibundo en sus  expresiones no fue diferente del ala  más radical de la Conaie: los Iza y  los Vargas, que se aproximan al comportamiento incivilizado del expresidente Rafael Correa, quien con sus  expresiones es un recuerdo permanentemente de que no son demócratas sino aprendices de tiranos. Tal  vez, Yaku quiso apelar a las bases de  su movimiento que no lo respaldaron, pero al hacerlo se distanció de  quienes habían visto con simpatía su  candidatura, por su serenidad y buen  talante. Se inmoló. En ese instante  consumió la empatía que despertó  su relato de la niñez, cuando rompió  el cuenco que llevaba agua y su emoción cuando el agua potable llegó a su  vivienda y se bañó. También quemó  la imagen del saxofonista arrastrado  por la policía por protestar contra la  minería. Ha ofrecido disculpas, asegurando que no se refería a Lasso en  sus comentarios sobre el fraude, aunque acto seguido dijo que no lo apoyará si pierde en el conteo de votos. El  defensor del agua no pudo apagar el  incendio de su imagen. Cuánto bien  le haría seguir los consejos de Mujica  y escuchar su discurso de despedida.
     
    “En mi jardín desde hace décadas no cultivo el odio, porque aprendí una dura lección que la vida me  impuso. El odio acaba idiotizando,  hace perder la objetividad”. Después  de haber sido condenado por guerrillero y pasado 15 años en la cárcel  donde fue torturado, gracias a una  amnistía se involucró en la política  y llegó a ocupar cargos como ministro, senador y presidente. No perdió  su convicción y pasión por el socialismo, pero respetó la democracia y la  libertad como derechos inalienables  de los seres humanos.
     
    Ecuador será diferente cuando sus  líderes no cultiven el odio, ni busquen  profundizar las divisiones para ganar  el poder. Como decía otro gran uruguayo, el poeta Mario Benedetti cuando prefiramos: “La gente con capacidad para asumir las consecuencias de  sus acciones. La gente capaz de criticar constructivamente y de frente, pero sin lastimar ni herir”.

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