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La hora de los alcaldes

martes, 12 mayo 2020 - 09:35
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    Por Carlos Rojas Araujo
     
    En los 90 brillaron por su modelo de gestión. Ecuador se regía bajo un modelo económico modesto, a ratos en crisis a ratos  en bonanza, y los municipios fueron  las primeras administraciones públicas que nos pusieron en la senda  de la modernidad.
     
    Con persistencia, Quito cubría  las necesidades insatisfechas de los  capitalinos: agua potable, alcantarillado, electrificación y basura, mostrando el mejor sistema de educación pública del país y un servicio de  salud oportuno y eficiente.
     
    Guayaquil sepultaba lo más duro  de su historia. La corrupción, la inoperancia y el clientelismo la sumieron por años en el fracaso y la pobreza, para luego emprender uno de  los proyectos de reconstrucción más  grandes y mejor valorados del continente. Cuenca y Loja se embellecían;  Ambato era más productiva y Cotacachi, admirada por su alcalde indígena.
     
    Cuando el Estado central fracasó  en 1999 y el Ecuador parecía no tener remedio, el respeto por lo público se  preservaba en los gobiernos seccionales. Los alcaldes fueron valorados  por su obra física y por las virtudes  de la buena política que ejercían: eficiencia, organización, cercanía con la  gente y cohesión nacional.
     
    A su manera, Paco Moncayo, Jaime Nebot, el ‘Corcho’ Cordero, el  ‘Chato’ Castillo o Auki Tituaña dieron  esperanza a un país que botaba presidentes y que aún no comprendía las  virtudes que traería la dolarización.
     
    Rafael Correa, en los primeros  años, dotó de liderazgo, sentido y respetabilidad a la Presidencia de la República. Desde entonces, las alcaldías,  con excepción de Guayaquil, perdieron impacto político, quedándose en  la mera administración de sus competencias. Quito y Cuenca iban de  tumbo en tumbo.
     
    La inédita crisis económica, social y sanitaria que hoy vive el Ecuador pone otra vez de relieve el papel  de las alcaldías. El relevo NebotCynthia Viteri mostró que los 28  años de administración socialcristiana no solucionaron muchos de los  problemas del guayaquileño de a pie,  como su enorme fragilidad económica y la limitada capacidad de respuesta de la Alcaldía en materia de salud y auxilio familiar. Más allá de  que la ciudad cuente o no con determinadas competencias, muchos guayaquileños sienten que el Gobierno y  la Municipalidad les fallaron.
     
    Quito, al parecer, levantó cabeza. El alcalde Jorge Yunda, tan cuestionado por su inacción en el paro  de octubre que destruyó la capital en  lo físico y moral, se dio una segunda
    oportunidad frente al mayor desafío  sanitario de los capitalinos.
     
    Esta columna no busca cuestionar ni enaltecer el trabajo de tal o cual  alcalde. Su propósito es advertir que  la pandemia y la crisis fiscal del Estado los ponen en la primera línea de  combate. Luchar contra la pobreza y  la muerte serán, en adelante, los derroteros para gobernar sus ciudades.
     
    Terminó la era de las obras faraónicas, de las vías de múltiples carriles  o de quién es el alcalde que más bravo se pone para exigir recursos y policías. En adelante, se los valorará por  cómo derriben los muros y las taras  culturales entre pobres y ricos, llevándonos hacia la colaboración y solidaridad. Por cómo superen el modelo  de la ciudad de cemento e imaginen  la ciudad de la gente, pues para sobrevivir al coronavirus tenemos que  aprender a respetarnos. 

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