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La devaluación de la meritocracia

jueves, 4 julio 2019 - 12:38
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    El camino al infierno está  poblado de buenas intenciones. Eso ha pasado con  la meritocracia en Ecuador. Desde los inicios de su gobierno, Rafael Correa se convirtió en el  abanderado de la tesis de que en el  país debía imponerse un sistema  de méritos sobre todo para un funcionamiento eficiente del Estado.  Las intenciones, probablemente  genuinas porque el propio Correa  es el resultado de la meritocracia,  fueron desfiguradas por su insaciable apetito de poder.
     
    El sociólogo británico Michael  Young acuñó el término meritocracia en 1958 en el libro “The rise  of the meritocracy”. El mérito es el  IQ (coeficiente intelectual) de un  individuo más su esfuerzo. Desde  esta perspectiva la meritocracia es  un sistema en el cual la movilidad  social de una persona depende del  mérito individual y no de su origen,  conexiones familiares o riqueza. El  “sueño americano” cabalga sobre  esta filosofía. En la administración  de las empresas y en los sistemas  públicos de países occidentales se  contrata y promueve por méritos  individuales. El sistema está ligado  al capitalismo, donde se aboga por  igualdad de oportunidades, que provienen de acceso a una educación  pública de calidad. No obstante,  también ha sido adoptado por China para su sector público. Los funcionarios ingresan luego de concursos de méritos y oposiciones. Igual  sucede con los “Tigres Asiáticos”:  Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur  y Singapur. Sectores públicos eficientes son indispensables para el  desarrollo y progreso.
     
    El presidente Rafael Correa aseguró que los mejores individuos estaban en el sector público. En las  sabatinas nombraba todos los posgrados y en qué países habían estudiado ministros y funcionarios…  pero a la hora de la selección en otros  puestos clave, el mérito que primó  fue la lealtad al proyecto. Con ello  destruyó la meritocracia. El caso  más escandaloso ocurrió en el magisterio, donde se nombraron rectores y profesores por estar vinculados  a la red de maestros, sin cumplir  los requisitos y chequear sus antecedentes  penales. Otros ejemplos  reprochables que hubiesen sido motivo de destitución en un sistema de  meritocracia son: un vicepresidente  que para ocupar el cargo plagió parte  de su tesis del “Rincón del Vago”;  cuatro miembros de una familia que  se graduaron usando la misma tesis; una presidenta de la Asamblea  que tuvo el don de la ubicuidad y  dirigió la Asamblea, se graduó de la  universidad y cuidó de una familia  al mismo tiempo; una vicepresidenta de la Corte Constitucional que  obtuvo 100/100 en las pruebas de  oposición y méritos pero que habría  llevado la contabilidad de las coimas de Odebrecht; un contralor que  también obtuvo su cargo con nota  perfecta pero que recibía sobornos  a cambio de informes favorables…
     
    Para nuestra tragedia, el software perverso quedó instituido:  una vicepresidenta fue despojada  de una maestría porque no la cursó  y el actual presidente del Consejo de  Participación Ciudadana acumuló  “méritos” asignándose labores que  no realizó, deshizo compras de propiedades difíciles de justificar e hizo  campaña como sacerdote, lo que  está prohibido. ¡Solo en nuestro  país convertimos un sistema positivo en negativo!

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