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La alcancía del Estado

viernes, 26 abril 2019 - 12:43
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    Durante la última década, el Instituto de Seguridad Social se convirtió en la alcancía del Estado. Según el actual presidente  de la institución Paúl Granda, el gobierno del  expresidente Rafael Correa descapitalizó a la  institución en 9.000 millones de dólares, una  cifra escalofriante, que equivale al total de los  ingresos que el Seguro recibe de los aportes  de afiliados durante cuatro años.
     
    Se “invirtió” 7.764 millones en la compra  de bonos del Estado y en proyectos “emblemáticos” como la hidroeléctrica Toachi-Pilatón y  el campo petrolero Pañacocha. Otros 908 millones fueron el resultado de la demagogia de  entregar prestaciones de salud gratuitas a los  hijos menores de 18 años de los afiliados y jubilados. Tal regalo colapsó los servicios de salud  de la institución y llevó a que se tomen otras  decisiones absurdas: descapitalizar el fondo de  pensiones jubilares, para capitalizar el de salud.  Es decir hizo una fiesta con recursos ajenos y  ahora ha llegado la hora de pagar la factura.
     
    Para hacerlo, el gobierno de Lenín Moreno ha  anunciado que se sincerarán las cifras con  un estudio actuarial que concluyó en 2018 y  propone un debate sobre las medidas a adoptarse. Según datos extraoficiales solo hay  recursos para pagar jubilaciones por 22 años, cuando se debe contar con recursos para 40  años. Para cubrir el déficit se discuten algunas  alternativas, entre ellas está subir el aporte  que hoy es de 20,6 por ciento; otra es cambiar el sistema de cálculo de las pensiones,  que hoy se realiza en base a los cinco mejores  años de trabajo; y una última es aumentar la  edad de jubilación, hoy de 60 años. Ninguna  de ellas será fácil de aceptar, por cuanto los  afiliados resultan perjudicados por decisiones en las que no tuvieron ni voz ni voto. Es  repetir tragos amargos. En el año 2000 al  adoptarse la dolarización el IESS dividió las  aportaciones por 25.000, convirtiendo en  irrisorias las pensiones jubilares y las cesantías respectivas, cuando estas debieron ser  calculadas según el valor de la moneda en el  año en que se hicieron las aportaciones. Es  decir una historia de nunca acabar.
     
    La reforma al IESS no puede limitarse a  que los afiliados y la empresa privada paguen  los daños por el mal manejo de los administradores estatales. Es imperativo encontrar la  fórmula para que la institución sea administrada por quienes contribuyen para su funcionamiento y no por quienes hacen de ella una  caja chica para gastos que sirven a sus intereses políticos y no a los de sus afiliados. 

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