<img src="https://certify.alexametrics.com/atrk.gif?account=fxUuj1aEsk00aa" style="display:none" height="1" width="1" alt="">

Guayaquil de mis dolores

martes, 12 mayo 2020 - 09:27
Facebook
Twitter
Whatsapp
Email

    Por Patricia Esupiñán
     
    Abril, lágrimas mil. Lágrimas de  impotencia, indignación y dolor  fueron derramadas por los familiares de 9.000 muertos adicionales que  tuvo Guayaquil en el mes de abril y cuya probable causa fue COVID-19. Los  muertos también sufrieron su propio  viacrucis en plena Semana Santa: murieron en soledad, con las caídas de Cristo  pero sin milagros ni evangelios.
     
    Enfermos y familiares hicieron un  peregrinaje por las instituciones de salud porque no hubo suficientes camas  hospitalarias. Sin embargo, el gobierno hasta fines de abril oficialmente reportaba 871 fallecidos. Con esta cifra  no hubiesen faltado camas ni servicios  funerarios, ni tumbas para enterrar. Ignoró la impotencia de todos los que  buscaron un lugar para atender a los  enfermos. Casos dramáticos como el de  un hijo que desesperado por no tener  atención en Guayaquil, llevó a su padre  a Milagro, donde murió a las puertas  del hospital. Ahí comenzó otro dilema.  Él tenía pagados los servicios exequiales en Guayaquil pero había turno para  la cremación varios días después. Debió sepultarlo en Milagro, una ciudad  ajena. Paradójicamente, en su dolor  fue afortunado: al menos lo enterró  a tiempo y sabe dónde está. Otros tuvieron los cadáveres en sus casas por  varios días y se vieron obligados a sacarlos a la calle envueltos en sábanas  o en fundas plásticas. Otros debieron buscarlos entre cuerpos amontonados en los desvanes de los hospitales. Al levantar la cuarentena, los  familiares podrán ubicar las tumbas,  pero nunca tendrán la certeza de que  ahí descansa su ser querido. Hay casos de personas que fueron declaradas muertas pero están vivas.
     
    Indignación y dolor también hubo para los familiares de aquellos que  consiguieron una cama hospitalaria.  No conocían del estado del paciente, sino por mensajes telefónicos esporádicos, enviados por alguien que  se condolía en medio de la vorágine  de una sala de cuidados intensivos.  “Recé y nunca me aparté del celular”, cuenta la esposa de un fallecido.  “Al final, llegó el tan temido anuncio:  murió”. La muerte de un ser querido deja un vacío en el corazón que  nadie puede llenar. Los ritos funerarios ayudan en el trance a quienes están vivos, pero cuando no es posible decir adiós el círculo de la vida y  la muerte no se cierra.
     
    Abril, lágrimas mil. Guayaquil es  la ciudad con más alto número de  víctimas por COVID-19 en el mundo  y además, concentra el 60 por ciento  de los casos del Ecuador. No obstante,  el gobierno del presidente Moreno ha  sido indolente ante estas lágrimas. En  esta tragedia no solo no transparentó  las cifras de los muertos o falló en la  comunicación, sino que nunca estuvo en el terreno durante la emergencia. ¡Qué diferencia con el Guayaquil  de mis amores de octubre de 2019,  cuando todo el gobierno se trasladó  en pleno para ‘defender la democracia’ durante la revuelta indígena! En  abril de 2020, el gobierno en pleno  ha dirigido la emergencia desde la Capital, ni siquiera el ministro de Salud  se puso a comandar el frente en Guayaquil. Y cuando vino, probablemente por la “alta carga viral” de la ciudad  se fue a Salinas.  Y es más insensible aún al gravar  con impuestos y contribuciones a los  guayaquileños ignorando la magnitud de la tragedia humana y la hecatombe económica. 

    Más leídas
     
    Lo más reciente