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¡Es la Asamblea, estúpido..!

lunes, 10 agosto 2020 - 10:58
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    POR CARLOS ROJAS ARAUJO
     
    La política ecuatoriana es autodestructiva. Necesita del caos para esconder sus profundas limitaciones conceptuales, la informalidad como  método de trabajo y su tendencia a alentar la corrupción. La Asamblea de hoy,  con poquísimas excepciones, es la expresión de este deterioro.
     
    El debate sobre la calidad de nuestros políticos lleva siempre a la misma  conclusión: el sistema electoral y el régimen de partidos sobre los que opera  la democracia ecuatoriana son el origen  del desastre. Y en su nombre, cada cierto tiempo, se ensayan reformas que al  final no arreglan nada.
     
    Esta Asamblea, tal como se conformó en 2017, tenía un bloque mayoritario: Alianza PAIS y sus movimientos  provinciales con 74 sillas; y dos bloques  opositores importantes, Creo-SUMA  con 34 legisladores y el PSC, con 15. Las  minorías se expresaban en 14 curules.
     
    Con esos números, el correísmo tenía  fuerza hegemónica, pero la oposición, lejos de definir una estrategia que le hiciera contrapeso, optó por sus propias fracturas. Antes de que el presidente Moreno rompiera con Rafael Correa, el bloque de Guillermo Lasso lo hizo con  el de Mauricio Rodas cuando la ‘flamante’ legislatura ni siquiera completaba dos meses en funciones.
     
    Desde julio de 2017, las deserciones y el transfuguismo han sido la expresión del primer poder  del Estado, al que hoy se le reprocha el miserable cobro de diezmos  a asesores y funcionarios administrativos, el abuso de autoridad  de los legisladores para interferir en la justicia o sacar carnés de  discapacidad, así como el cinismo  para conformar bloques fantasmas que obstaculizan juicios políticos y hacen dinero a costa del  reparto y la salud pública, sin que  las organizaciones que patrocinaron a estas figuras se responsabilicen por tantos delitos.
     
    En la Asamblea de hoy nadie  tiene mayoría. Ni siquiera los jefes de bancada saben con cuántos  parlamentarios cuentan, y la cultura del bloqueo no se amilana ni  con los indicadores terroríficos de  la peor crisis nacional. El Gobierno, débil e improvisado, comprometió su reputación sometiéndose a todo tipo de coaliciones.
     
    Para los próximos comicios regirá una reforma que en algo mejorará la calidad de la representación:  voto en listas cerradas y un método de asignación de escaños menos  acaparador. Sin embargo, nada regulará el comportamiento de los  legisladores cuando entren en funciones. Difícilmente, la ciudadanía  podrá establecer controles más rígidos que los que realizan la prensa  y buena parte de la opinión pública.
     
    Queda, entonces, corregir estas fallas desde el origen. La dispersión, fuera de toda lógica que  se palpa en las precandidaturas  presidenciales, advierte que la  próxima Legislatura será mucho  más atomizada. Así, el secuestro y  la postración del nuevo mandatario se dan por descontado.
     
    Por eso, cabe utilizar la frase que Bill Clinton acuñó sobre la  economía, en la campaña de 1992,  para decir que el verdadero desafío  ¡es la Asamblea, estúpido!
     
    A quienes aspiran llegar a Carondelet debemos exigirles un código ético y un plan político transparente sobre cómo se conducirán  con el Legislativo. Si sus respuestas son vagas o torpes, será mejor cambiar de candidato; empecemos a reinaugurar la decencia. 

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