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El verdadero riesgo minero

jueves, 18 julio 2019 - 03:21
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    Ecuador entrará al ‘boom minero’ de la peor manera,  desconociendo su costo  real. Hasta ahora, el mensaje del Gobierno ha sonado a desesperación: sin esos recursos, el país  no podrá apalancar su desarrollo  en los próximos años. Por lo que  sentirse preocupado por el nuevo  episodio de nuestra copiosa historia  extractivista suena, para muchos, a  blasfemia. Y preguntarse si será mejor dejar el oro, la plata y el cobre en  nuestras cordilleras es razonar con  torpeza y sin sentido de patria.
     
    Pero estos temores están justificados y debieran alimentar un debate nacional que determine qué riesgos ambientales y sociales se corren  con una explotación a gran escala y,  lo más importante, qué haremos con  esos recursos. 
     
    Estudios técnicos confirmaron  que solo el proyecto Cascabel tiene  la mina subterránea de plata más  grande del planeta, así como el tercer yacimiento de oro y el sexto de  cobre. El dinero que representa su  extracción no ha sido tasado por  completo. Políticamente Correcto reveló que solo en oro, en todos los  yacimientos, hay 35 millones de  toneladas que representan 45.500  millones de dólares.
     
    ¿Cabe obviar esa riqueza? El Estado apoya un plan sostenido de mega minería que hasta el año 2021 significaría 3.800 millones de dólares en inversión extranjera. Y los movimientos sociales niegan cualquier intento  porque se dé esa extracción. Creen  que las empresas destruirán las áreas  naturales, envenenarán el agua y se  llevarán los recursos, dejando pocas  regalías para el Estado.
     
    Su molestia es legítima. Ecuador,  país de pequeña extensión, megadiverso, de gran concentración de  vertientes de agua y de pueblos por  doquier, no puede darse el lujo de  destruir su geografía, más allá de  que los estándares ambientales y el  avance tecnológico de las compañías  serias minimizan esos riesgos.
     
    Por eso, la minería a gran escala  no puede satanizarse a punta de consultas populares ni por los intereses particulares de un dirigente político.  Más aún cuando no ha mostrado  los mismos bríos ante la tristeza y  el miedo que envuelven zonas como  Buenos Aires (Imbabura), donde la  minería ilegal tiranizó a artesanos y  contaminó el lugar con mercurio y el  dinero sucio del narcotráfico.
     
    El Estado, en teoría, está para  erradicar la actividad y garantizar  el desarrollo de una minería técnica  que brinde la ansiada prosperidad,  sobre todo, a las comunidades donde  haya extracción. Sobre esta dicotomía se seguirá hablando por meses.
     
    Lo que resulta urgente es saber  cómo se administrarán los nuevos  millones, no tan abundantes como  los del petróleo. Si el país usará esa  plata para obras con sobreprecios  infames, aportes para las campañas  de la reelección populista, el pago  de farras o para sustentar en el exilio a los políticos pícaros y fugados,  ¡mejor, no gracias! Sería letal que  este nuevo ‘commodity’ amortigüe  otra vez las graves distorsiones de la  economía nacional y que a base de  nuevos subsidios, Ecuador siga a la  zaga de la innovación, la productividad y la competencia. Aquí radican  los verdaderos riesgos del próximo  ‘boom’ minero.

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