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El humo de Donald Trump

viernes, 15 enero 2021 - 03:03
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    POR CARLOS ROJAS ARAUJO
     
    Miles de analistas en el mundo inyectaron buena dosis de  lenguaje cinematográfico para  describir la cantinflada del 6 de enero de  este año, cuando miles de manifestantes se tomaron el Capitolio, en Washington, en su afán de impedir que se certifique el triunfo electoral de Joe Biden. Es  comprensible, pues no todos los días se  ve a la primera potencia mundial comportarse como una república bananera, en la que una muchedumbre desenfrenada creyó que rompiendo vidrios o  asaltando oficinas forzaría los candados  de sus instituciones.
     
    La suma de derrotas del presidente  Donald Trump deja pendiente una lectura urgente, menos espectacular y más  reposada, sobre los límites que sí puede  tener la megalomanía en la disputa por  el poder. Es verdad que la política de  EE.UU., desde 2017, se ha movido como en una montaña rusa y que, en su  día a día, Trump ejerció la Presidencia  bajo la terquedad de quien cree poderlo todo. Pero su estilo se agotó cuando  minimizó la responsabilidad de su país  en el orden mundial, cuando ofendió a las razas del planeta, fue negligente  con el coronavirus o no le importó  que la delincuencia callejera derivara en un peligroso conflicto de clases. Todo, porque al Presidente solo  le importaba ganar batallas.
     
    Ese Trump invencible fue derrotado en las urnas y el prestigio de su  mandato -concepto tan preciado en  el simbolismo estadounidense- quedó hecho añicos, pues la historia no
    ensalzará el voluntarismo sofocante  de su personalidad.
     
    ¿De qué le sirvió sitiar el Capitolio e inundar las redes sociales con  mensajes oscuros y delirantes, para  ahora aceptar que la suya será una  transición ordenada? Trump vendió  humo, pero las instituciones se impusieron en EE.UU.
     
    Para llevar la reflexión a los términos morochos de nuestra política sudamericana, quedó demostrado que el mejor antídoto contra los  caudillos será siempre la democracia. Ecuador, en pocos días, irá a las  urnas. Destruido por la pandemia y  con sus instituciones por los suelos,  los que se suponen serán los comicios  más importantes desde 1979, pueden desatar una anomia peligrosa. Y no es cuestión reducir este análisis al  concepto del populismo que muchas  veces tiene engranajes democratizadores sorprendentes. El problema  de nuestro país es su irresponsabilidad, pues mientras millones de ecuatorianos se enfrentarán al contagio  de coronavirus para ejercer el voto,  los candidatos y las autoridades electorales han llegado a un punto en el  que un paso en falso puede deslegitimarlo todo. Hasta la impresión de las  papeletas corre el riesgo de terminar  en la trituradora y volverse picadillo.
     
    Los políticos en campaña torean  el debate de lo ético y el rigor jurídico. Nada que demuestre debilidad  está permitido; por eso son poco  proclives a la reflexión y los renunciamientos. Siempre será más fácil  gritar bravuconadas que revindicar  el respeto sobre lo institucional -como sí lo hicieron los líderes republicanos aliados a Trump-, a sabiendas  de que es el único espacio de convivencia que nos queda, si no queremos volver al estado primitivo de  las cosas. Ojalá el elector ecuatoriano venza a los irresponsables y mercachifles de humo en las urnas como  lo hizo el pueblo estadounidense.

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