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Eficiencia es la clave

viernes, 17 enero 2020 - 02:55
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    La corrupción es una de las  preocupaciones más agudas en  nuestra sociedad. Y frente a los  casos que a diario salen en los titulares nos preguntamos, ¿cómo extirparla?, ¿cómo evitar que se utilicen  indebidamente nuestros recursos?
     
    La primera respuesta es “elevemos  las penas”, “fortalezcamos la justicia”,  “eduquemos” y, si bien todas son formas de abordar el asunto, la evidencia nos muestra que eliminar la corrupción es imposible y minimizarla  es altamente complejo.
     
    La corrupción que percibimos es  solo la punta de un iceberg. Cuando  un titular anuncia que un juez ha recibido un soborno, estamos frente a  la manifestación visible de la corrupción y, si nos quedamos ahí, solo habremos presenciado el tráiler de una  película. La corrupción está más cerca de lo que pensamos: saltarnos la  fila, sobornar un policía, copiar un  examen, llamar a un amigo poderoso para que haga un favor, etc.  Lo peor es que esas formas de corrupción no solo ocurren, sino  que son normales y socialmente  exaltadas. Quien es atrapado después de infringir una norma, es  un “vivo”. Quien sabe cómo pasar  por alto un trámite es “sabido”.  La corrupción, entonces, cuando  aparece en nuestra esfera más cercana es elogiada, no condenada y  eso no es casual, responde a un fenómeno mayor: nuestra sociedad  no puede actuar con fuerza contra la corrupción del Estado porque para ello deberíamos repensarnos como individuos.
     
    Ahora bien, si eliminar la corrupción pareciera un objetivo imposible o, al menos, remoto, me  pregunto: ¿qué debería indignarnos más?, ¿un político corrupto o  un incompetente? En Latinoamérica, con razón, tendemos a pensar que lo peor que le puede pasar  al sistema es la corrupción y, si  bien estoy de acuerdo con esa premisa en el fondo, creo que, siendo  prácticos y viendo lo complejo que  es combatirla, deberíamos prestarle más atención a la eficiencia.
     
    En Estados Unidos en Austria, en  Suiza se dan casos de corrupción. Lo que sucede es que hay instituciones competentes. Hay una ciudadanía que exige eficiencia en la  justicia, en las obras públicas, en  el transporte, en la educación, etc.
     
    Espero que pueda explicarme  adecuadamente. Jamás estaría de  acuerdo con una sociedad que no  condene la corrupción. Lo ideal es  tener un Estado libre ese mal. Sin  embargo, a la luz de la complejidad, o imposibilidad, de eliminarla, creo que deberíamos ponderar  más la eficiencia que es un valor  de la administración pública olvidado en medio de nuestra concentración, justificada pero inútil,  de eliminar la corrupción, mientras el gran foco de la problemática está en la incompetencia, la  mediocridad en la administración  pública, la sobrerregulación, etc.
     
    En fin, la sociedad ideal y por la  quisiera luchar es una en la que  la corrupción no exista. Creo que  eso es una quimera y, por ello,  con más vergüenza que orgullo,  preferiría enfocarme en controlar  que los servidores sean eficientes,  aunque al final del día tanto la incompetencia, la ineficiencia y la  corrupción sean caras de la misma moneda.

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