¿Tienen los ciudadanos de un país el derecho a decidir qué camino seguir como nación? Si desde hace casi una década Ucrania vende el 42 por ciento de sus exportaciones a la Unión Europea, frente al siete por ciento de ellas a Rusia y si su segundo mayor socio comercial es China, que le compra su producción de cereales e intercambia anualmente bienes por 19 mil millones de dólares, no es lógico que busque acuerdos comerciales y ser miembro de la Comunidad Europea. No obstante, por paranoia de Vladimir Putin y su necesidad de contentar a la población rusa por su desastre económico y de salud a causa de la pandemia, Ucrania ha visto a la maquinaria de guerra rusa arrasar ciudades, sin contemplar si se trataba de edificios públicos o civiles, lo que constituye un crimen de lesa humanidad. Con su acción Putin ha roto con 70 años donde no ha habido una toma de una nación por parte de un país vecino, ha vuelto al oscurantismo de las guerras Púnicas y las dos guerras mundiales y puesto al mundo ante la amenaza de una tercera conflagración mundial, en la cual nadie estará a salvo.
No obstante, como una guerra es un monstruo que nadie controla, la guerra tendrá también consecuencias imprevisibles para la misma Rusia y el propio Putin. No debe ser una guerra popular domésticamente ni tampoco los rusos deben querer que a más de las penurias que sufren se añadan otras por el aislamiento y repudio global a las acciones de su líder. Historiadores sostienen que aún si por la diferencia en la maquinaria de guerra caen las ciudades más importantes de Ucrania, el conflicto puede ser prolongado forzando la caída del mismo Putin. Fue la larga guerra soviética en Afganistán en los 80, la que incidió en su disolución.
En tanto, los países que aspiran a vivir en un mundo regido por normas internacionales básicas deben aunar esfuerzos para que por bien de la especie humana, no se regrese al pasado y que autócratas como Putin, por poderosos que se crean, sean detenidos en sus ambiciones y juzgados por sus acciones criminales.
