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Consejos para Chile

viernes, 13 noviembre 2020 - 12:58
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    POR VÍCTOR CABEZAS
     
    Recientemente, los chilenos votaron abrumadoramente a favor de redactar una nueva Constitución que reemplace la que dejó Pinochet en  1980. Esa voluntad popular es el termómetro de los  problemas sociales, políticos y económicos de un país  que, al menos desde fuera, era ejemplo para seguir,  rompía récords y se posicionaba como la nación que  más rápido ascendería al “primer mundo”.
     
    Las protestas del año pasado en Santiago de Chile  trastocaron esa imagen de progreso y la mostraron como un proyecto desarrollista que daba la espalda a la  gran mayoría de la población. La inequidad en la distribución de la gran riqueza chilena, el sistema pensional,  el costo de la educación y la seguridad social fueron el  combustible para que la población decidiera que había  que cambiar la Constitución.
     
    En pocas cosas somos tan expertos los ecuatorianos como en cambiar la Constitución. Hemos tenido  más de 20, de todas las corrientes, extensiones y sabores. Esa expertise, quizá, nos avala a presentarle a  Chile tres consejos.
     
    El primero: lLos membretes no son buenos amigos.  En Ecuador tenemos la Constitución más garantista del  mundo, un canto a la vida, un texto para los siguientes  mil años. Ostentamos todas las preseas, incluso, competimos por tener la Constitución más larga. Créanos, las  distinciones de poco han servido.
     
    La segunda sencilla recomendación: La novelería es  una mala consejera. Los Estados se construyen a partir  de instituciones forjadas y probadas por siglos, los experimentos políticos normalmente acaban siendo caldo de  cultivo del autoritarismo. En Ecuador negamos a Montesquieu y al diseño clásico del balance de poderes, creamos cinco poderes, burocratizamos la participación ciudadana en un consejo de notables y nos ganamos, por  eso, muchos buenos apelativos. El tiempo, implacable,  nos enseñó que las instituciones no se improvisan.
     
    Por último, la Constitución es solo un engranaje  más del poder y no puede abstraerse de la realidad. A  su lado, coexiste la economía que tiene una potencialidad implacable de anular de un tajo los más maravillosos derechos constitucionales.
     
    Créanme, no hay peor escenario que una Constitución política con garantías maravillosas y realidades aplastantes. 

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