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Política criminal

miércoles, 4 noviembre 2020 - 11:39
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    POR VÍCTOR CABEZAS
     
    La política es un servicio público destinado a  organizar a la sociedad. Es una actividad de  gobierno que habilita a una persona a ejercer un cargo de liderazgo que impacta a toda la
    colectividad. En la antigüedad, el encargo político era una distinción ciudadana a la que se llegaba  después de haber transitado por la vida privada  demostrando respeto al derecho propio y ajeno,  productividad, honestidad, eficiencia. La política  era un espacio de honorabilidad a la que, normalmente, solo llegaban quienes pudieran mostrar  unos cuantos buenos años de corrección. Allí había una enseñanza importante: un buen ser humano no se improvisa, se construye, se consolida, se prueba y evalúa a lo largo de la vida.
    No sé en qué momento perdimos ese norte.
     
    No sé en qué momento y cómo llegamos al punto en que Daniel Salcedo o Abdalá Bucaram puedan tener los elementos legales para ser candidatos a dignidades públicas. Hoy, la política está  desprestigiada y ha perdido su sentido de servicio al público como un honor que se gana después de un trajinar largo y honesto por la vida  privada. Pero eso es lo menos grave. Hoy, la política es un espacio que ofrece prebendas a los  sospechosos de delincuencia, es una ventana a  la impunidad. Nótese la desfiguración: en Ecuador no solo que la política está perdiendo su misión originaria del más alto servicio a la ciudadanía, sino que se ha convertido, de hecho, en una  coraza para evadir la ley, evitar las investigaciones y, con ello, proteger al crimen.
     
    No imagino un escenario más crítico para la  democracia que uno en el que la ley incentive a  que los ciudadanos menos probos, por decir lo  menos, arriben al poder cómodos y archivando,  de pasada, los procesos que pesan en su contra.  Ecuador debe dejar de reconocer incentivos perversos a la participación política. Una persona  merecedora de llegar al poder jamás necesitaría  que la ley suspenda sus investigaciones penales. Con esas motivaciones siniestras, ¿quiénes  esperamos que lleguen al poder? 

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