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La mentira

jueves, 9 abril 2020 - 04:56
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    Por: Patricia Estupiñán
     
    En la ciudad de Wuhan, epicentro del coronavirus covid-19,  se calcula, con base en las cremaciones, que murieron entre 42 y  46 mil personas, una cifra muy distante de la oficial: 2.535. En Corea  del Norte, su dictador Kim Jong-un,  sostiene que no hay contagio. En Rusia, Vladimir Putin habla de apenas  de 281 muertos. Los gobiernos autocráticos siempre han ocultado la verdad. No sorprende ya que la tiranía  se consolida cuando la población ignora los hechos.
     
    Sin embargo, en esta pandemia  los gobiernos democráticos también  han ocultado la verdad. En España e  Italia, a pesar de los miles de muertos, la prensa sostiene que no están  todos los que son. El presidente Lenín Moreno también cayó en la trampa. El Gobierno aceptó que las cifras oficiales no eran las reales, solo después que los medios revelaron que  los hospitales y cementerios estaban  desbordados en su servicio. En las redes sociales se narraron casos desgarradores de familias cuyos muertos  estaban en sus casas por días y aparecieron cuerpos en las calles. La pesadilla de Guayaquil se hizo mundial,  el Presidente admitió que las cifras  no eran las correctas.
     
    La verdad es grotesca y desagradable. No se la dice, para evitar la  ira y la decepción que ella conlleva.  A la gente le gusta oír fantasías y a  los políticos contarlas. Y nadie mejor que los políticos para recurrir a  fantasías y engañar a las masas. No  obstante, los auténticos líderes no  lo hacen. Si China hubiera admitido la magnitud del brote de coronavirus y comunicado a su población y  al mundo a tiempo, hubiese evitado  la pandemia. Si en Ecuador, se hubiese conocido las cifras reales, estas habrían hecho conciencia de la  importancia de la cuarentena, de la  inconveniencia de reuniones masivas, de partidos de fútbol, conciertos y reuniones sociales.
     
    Faltó coraje en el presidente Lenín Moreno para afrontar el desencanto y la ira que viene con la verdad. Esa cualidad en momentos de  crisis diferencia a un mandatario de  un estadista. Pero si a él le faltó liderazgo, a otros les sobró egoísmo. El  expresidente Rafael Correa demostró que su amor a la patria es amor  a sí mismo: “Después de mí el diluvio”; la alcaldesa Cynthia Viteri, en  su soberbia, esperó a ver la magnitud de la tragedia para comenzar a  colaborar con el Gobierno; y los dirigentes indígenas y sindicales, siguen  aferrados a la moral de mendigo: exigir prebendas en los peores momentos pero jamás colaborar. 

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