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Qué peso debe tener el Estado

jueves, 1 abril 2021 - 04:52
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    POR CARLOS ROJAS ARAUJO
     
    Durante este año de pandemia,  en varios países de América  Latina cobró fuerza aquella  discusión insufrible sobre el papel del  Estado en la solución de los problemas de la gente. Y como es una región  donde la política permanece anclada  a los dogmas, para los estatistas, el  gran tamaño es lo único que importa.
     
    El fracaso de Lenín Moreno, por  el empobrecimiento de la sociedad,  el sistema hospitalario siempre al  borde del colapso y por la gestión  de las vacunas, puede leerse como  el resultado del típico e inhumano  ajuste neoliberal.
     
    La indignación colectiva es más  grande cuando se constata que, en  estos años de estrechez económica  y colapso de muchos servicios públicos, hay pocas personas privilegiadas  que sí reciben beneficios de ese Estado tan vilipendiado y en soletas, como lo ocurrido con las vacunas VIP.
     
    Lo emocional pesa más que lo técnico. Por eso, en la conversación diaria, marcada por esta campaña electoral, añoramos un Estado que, por  esas inmensas dimensiones, consume con voracidad y corrupción la riqueza nacional para poder subsistir.
     
    Este 11 de abril se escogerá a un  nuevo presidente. Uno de los finalistas, Andrés Arauz, enarbola como  principal eje de su gobierno la recuperación inmediata del aparato estatal para ponerlo al servicio de los  ecuatorianos. Promete salud, educación, trabajo, alimentación, cumplimiento de derechos, obra pública, bonos, sueldos y subvenciones. El  problema es que no dice cómo financiará ese gigantesco cheque mensual  sin dañar las fibras más sensibles del  esquema de dolarización.
     
    Arauz cree que todo debe darlo el  Estado y ha confesado, por cierto, ser  un entusiasta del gobierno argentino  de Fernández y Kirchner que, embriagado de populismo, tiene a ese  país al borde de la hiperinflación, la  emisión descontrolada de billetes y  una cada vez más peligrosa política  de racionamientos.
     
    En Ecuador, en cambio, se habla  muy poco del Estado chico pero eficiente que plantea el modelo chileno. Todos nos espantamos cómo 17  meses atrás, ese poderoso país, laboratorio del neoliberalismo, sucumbía ante una movilización de izquierda, harta de los techos de cristal que  impedían a las clases medias expandirse más allá de los privilegios demarcados por los grupos de poder.  Aquella protesta legítima derivó en  vandalismo y saqueos oprobiosos. El  gobierno de Sebastián Piñera estuvo  por caer y se vio forzado a emprender  la ruta hacia una nueva Constitución,  aún sin redactarse.
     
    La pandemia aletargó el ímpetu  de la izquierda chilena y, muy a su  pesar, ese Estado neoliberal demostró ser uno de los más eficientes del  mundo a la hora de vacunar a sus habitantes, lo que les permitirá recuperar su economía y libertades más  rápido que el resto de latinoamericanos. Piñera ganó popularidad; ojalá  que el debate ideológico en Chile gane también en mesura.
     
    A Guillermo Lasso le interesa que  Ecuador se parezca a Chile, aunque  ahora reconozca, como no lo hizo en  2017, que el Estado es ese espacio inevitable de la convivencia pacífica y la  supervivencia de los gobiernos. Si gana no podrá hacerle más recortes,  pues lo urgente es ver cómo lo pone  a funcionar con poco dinero, sin privilegios, ineficiencia ni corrupción.

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