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El costo de la libertad

jueves, 21 noviembre 2019 - 03:31
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    Es fácil amar el socialismo para quienes no han vivido sus resultados finales. Por los caprichos del destino, viví dos años en la Unión Soviética, que suponía ser la superpotencia sobreviviente detrás de la cortina de hierro. Sin embargo, se trataba de un muerto viviente, un sistema económico inviable que implosionaría en pocos meses…
     
    Fui testigo de un régimen socialista en donde los individuos habían cedido toda su libertad a un Estado represivo; en donde la acción de las personas no se realizaba para satisfacer sus propios deseos, sino los de un tercero (el burócrata de turno en el partido comunista). El problema de fondo no fue una “mala aplicación” del socialismo, sino un antagonismo irreconciliable entre la coerción Estatal y la libertad individual; entre la violencia y la naturaleza humana de buscar incansablemente una vida mejor.
     
    Desde una perspectiva económica, el socialismo es inviable porque destruye el sistema de precios, que es un mecanismo espontáneo de comunicación entre millones de  consumidores y productores. Cuando un precio sube, los consumidores  envían un mensaje a los productores  indicando que desean más de ese  producto. Este mensaje (precio más  alto) es un incentivo para actuar, los  productores reaccionan elevando su  producción. Este mensaje se transmite a lo largo de toda la cadena productiva logrando un uso eficiente de  los recursos escasos.
     
    Al no contar con el lenguaje de  comunicación vía precios, la economía socialista no tiene cómo asignar recursos a los usos más urgentes  para los consumidores. Es así, que  en aquellos años era fácil obtener  grandes cantidades de caviar, pero se  requerían cupones de racionamiento  para comprar azúcar o gasolina.
     
    El sistema productivo no estaba  alineado con las necesidades de los  consumidores. Sin “semáforo” en los  precios, las prioridades de producción se colocaban desde “arriba” a través de la planificación central. Ya no  eran los consumidores, sino un grupo  de “iluminados” quienes decidían qué  era prioritario producir y qué no.
     
    La destrucción de precios también impide que los ingresos vayan  a quien sirve mejor a los clientes (y  por eso tiene más ventas). En un  sistema socialista, la distribución de  los ingresos depende de la cercanía  al partido gobernante. Quienes estaban más cercanos al poder podían  gozar de una vida de lujo, dachas  (casas de campo), clubes, etc., para  todo el resto: privación.
     
    Mientras el socialismo solo ha  creado pobreza y muerte, el capitalismo a través de la libertad ha  sacado de la pobreza a más personas  que en cualquier otra época de la historia de la humanidad. (Our World  in Data)
     
    Para preservar la libertad hay  que permitir que cada individuo  mantenga una esfera privada que  lo proteja de la interferencia de terceros; limitar el poder del Estado a  través de una Constitución con pesos y contrapesos adecuados; definir  claramente la función del Estado  para que proteja los derechos individuales a la vida, a la libertad y a  la propiedad. El costo de la libertad,  es luchar permanentemente para  defenderla de los avances de la coerción de un Estado totalitario.

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