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Noche de Vals

17 agosto 2020 - Revista Hogar

Tanto padres como tíos, abuelos y  los flamantes bachilleres,  cedimos paso a la emoción que lo inundó todo.  Era el fin de una época y el inicio de otra, en un pequeño mundo del gran mundo. 
Solo unos días atrás, y como muchos de ustedes, hemos celebrado en familia la graduación de Amelia, mi última hija.  Cuántos preparativos, ensayos, discusiones, pruebas de vestido y tacones.  Al verla bailar el vals de Coppelia con su papá, me parecía vivir en otro mundo; como si estuviéramos suspendidos en el tiempo, metidos en el doblez de una burbuja que lograba revestirse de ilusión.  A la mañana siguiente,  el periódico, la televisión  y las redes sociales, nos  volvieron a la realidad del mundo nuestro.
Y qué mundo el nuestro: abrazado por el  pánico;  bajo ataque por la última versión del coronavirus, cuyo contagio acarrea una velocidad muy alta,  que no tuvieron ninguna de las anteriores versiones del mismo virus.  A mediados de febrero, el número de afectados supera los 40 mil y la cifra de muertos  va más allá de los 900, en 26 países con casos confirmados.   Hoy se sabe que el murciélago no ha sido el transmisor directo  y se cree que  fue  un mamífero con escamas, conocido como “pangolín”, el cual es considerado un manjar en la gastronomía china.  Los científicos luchan contra reloj para saber cómo operó en su organismo la transformación del virus, para infectar a los humanos.
Los expertos en salud han insistido en que el origen del coronavirus  está en un mercado de animales de Wuhan, una ciudad convertida en el centro de un cerco epidemiológico que abarca 15 urbes y unos 40 millones de personas.  China levantó allí 2 hospitales, cada uno en 10 días, donde son llevados los pacientes confirmados.  Los sospechosos son trasladados también, voluntaria o forzosamente, a centros de cuarentena, para permanecer vigilados por 14 días,  tiempo máximo de incubación del mal.
Las consecuencias de esta epidemia no solo afectan al gigante asiático sino al mundo entero y, por supuesto, a Ecuador.   Nuestras rosas maravillosas no llegaron a China en los montos previstos para el pasado San Valentín.  Las ventas del camarón  están en peligro por la baja demanda asiática en medio de la  emergencia sanitaria de alto riesgo,  como la ha calificado la Organización Mundial de la Salud.
En los aeropuertos internacionales  se mira con inquietud a los viajeros asiáticos y hay innumerables casos de discriminación contra ellos.  Aerolíneas importantes han suspendido sus vuelos a China y la reocupación se ha extendido a Japón, porque los Juegos Olímpicos de este 2020 podrían afectarse, si no se encuentra una cura para el mal.  La vacuna no existe todavía. El temor en Occidente es minúsculo  comparado al que se vive en Oriente.  Aun así, una simple  tos puede causar revuelo y por ello las mascarillas se han vuelto indispensables.  En el último Super Bowl en Miami, cientos de asistentes las usaron, pero  quizás no trascendió en los medios porque el show se lo robaron completamente Shakira y Jennifer López con una presentación sin igual.
Los comentarios posteriores tuvieron que ver con el triunfo del  Kansas City Chiefs y, especialmente  con el  aspecto físico de las divas latinas, sobre todo de Jennifer López, que ha cumplido los 50, desafiando todos los arquetipos sobre cómo puede lucir una cincuentona.  Verla en escena bajando del tubo con maestría, luciendo tacones y una cabellera exuberante,  cantando y bailando a la vez,  dejó boquiabiertos a millones de espectadores,  testigos de cómo JLo alardeaba de su edad desafiando a cualquiera que intente encasillar a las mujeres por los años cumplidos. Y hablando de años, son los niños los que mejor enfrentan el coronavirus.  Casi no hay contagio entre ellos,  no aparecen en el listado de víctimas  y  evidencian mejores defensas para el mal. Esos  niños, adolescentes y jóvenes  que  integran la llamada generación Z,  con una avanzada conciencia animal y ambiental, la que pareció interpretar Joaquín  Phoenix en el momento de recibir el Oscar como mejor actor: “…Vamos al mundo natural y lo saqueamos de sus recursos. Nos sentimos con el derecho de inseminar artificialmente una vaca y robarnos a su bebé  aun cuando se escuche  inequívocamente  su llanto de angustia… “. 
El comportamiento humano y el animal están forzosamente bajo estudio en medio del pánico mundial por el coronavirus y en buena medida es por los jóvenes, que  se hacen escuchar con sus teorías,  a veces descabelladas y siempre cuestionadoras…  Pero aquella noche de la graduación nos olvidamos de todo eso y, tanto padres como tíos, abuelos y  los flamantes bachilleres,  cedimos paso a la emoción que lo inundó todo.  Era el fin de una época y el inicio de otra, en un pequeño mundo del gran mundo. 
 

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