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El último sueño de los Záparas

viernes, 10 febrero 2017 - 12:39
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Pide permiso a los habitantes de la selva antes de empezar el ritual. Canturrea en voz baja, en una lengua que apenas un puñado de personas entiende. María Ruiz convoca al espíritu del agua. Va a curar con el humo del tabaco a una niña que se bañó con sus padres en el ‘río grande’ y quedó “hipnotizada por la mirada asesina de la boa”. “Ya dejará de llorar, ahora solo puede bañarse en los ríos pequeños, hasta que crezca”, traduce un intérprete, al kichwa y al castellano, tranquilizando a la madre de la niña espantada. Madre joven, 23 años y siete hijos. 
 
María Ruiz no sabe su edad. Sí recuerda que su padre era un anciano sabio que curaba y que interpretaba los sueños. Está enterrado en un monte cercano, ahora convertido en territorio sagrado. Su espíritu es considerado un protector del poblado zápara Torimbo, en la provincia amazónica de Pastaza. 
 
María es una de las últimas mujeres que hablan el idioma de sus ancestros. Su pueblo, zápara, habitaba libre en la selva amazónica de Ecuador y Perú, un siglo atrás, antes de que la extracción del caucho diezmara a las tribus, y que las guerras territoriales entre ambos países terminaran separando a las familias. Del lado peruano, las tradiciones y el idioma prácticamente se extinguieron. Menos de 500 indígenas záparas viven en el lado ecuatoriano, en tierras que el Estado les adjudicó en la década de los noventa y que el gobierno actual buscó proteger a través del programa de preservación Socio Bosque. 
 
 
Este mismo gobierno entregó parte del territorio de este pueblo a la exploración petrolera, al concesionar los bloques hidrocarburíferos 79 y 83 a la empresa de capital chino Andes Petroleum, según los contratos firmados a inicios de 2016 Torimbo se encuentra en el bloque 83. “La selva es para nosotros lo que para ustedes es el supermercado. Cazamos carne del monte; buscamos pescado en los ríos; sembramos yuca y verde en las chacras. ¿Qué va a pasar si la tierra y el agua se contaminan con petróleo?”, pregunta Manari Ushigua, presidente de la organización indígena de este pueblo. “Estamos en peligro de desaparecer como nacionalidad; los mayores mueren y con ellos el idioma y la cultura”. 
 
En mayo de 2001 la UNESCO declaró la riqueza oral y las manifestaciones culturales de este pueblo como “Obra maestra del Patrimonio oral e inmaterial de la humanidad”. Para entonces diez ancianos dominaban la lengua. Cuando la antropóloga francesa Anne-Gaël Bilhaut llegó a estudiar esta cultura amazónica, pocos años después, encontró la mitad de zápara-hablantes. La mayoría habla kichwa, cultura a la que se asimilan por matrimonio y vecindad. Alguna vez habitaron la selva comprendida entre los ríos Pastaza y Curaray. Hoy viven en 23 comunidades, a lo largo del río Conambo, en poblados a los que únicamente se llega en avioneta, desde el aeropuerto de Shell-Mera. 
 
Selva adentro 
“Mi padre trabajó para las caucheras. Antes que él, su padre. Ellos conocieron lo que era recibir el billete del patrón. Nosotros, en cambio, de la selva nos alimentamos y en la selva nos curamos”. Oswaldo Ruiz prepara con fibras vegetales una red para pescar bagres y ‘peces mota’ en el río Conambo. Él es uno de los ancianos que la UNESCO reconoció como portadores del patrimonio inmaterial e intangible. No habla castellano y no lo necesita. Sus 11 hijos hablan una mezcla de español y kichwa. 
 
Juventino, que con 23 años es el menor, escribe su dirección de correo electrónico y su “cuenta en Face” para que le hagan llegar las fotos de este reportaje. Eso, en el hipotético caso de que pueda llegar hasta un cibercafé en Puyo, porque en Torimbo no hay energía eléctrica. Quizás porque en el Registro Civil se negaron a inscribirlo con su nombre indígena, y el burócrata de turno escogió el nombre de un escritor francés (o al menos eso les hizo creer a sus padres), Juventino quiere escribir la historia de su pueblo. 
 
Empezaría el relato con su primer recuerdo: el día en que, teniendo siete años, una mordida de serpiente en el pie se infectó. Sin ayuda médica y sin medicina, la herida se complicó mientras llegaba la avioneta de socorro que lo llevó hacia Puyo, tras una hora de viaje. Cuando recuperó el conocimiento le habían amputado la pierna. Una donación desde Quito le permite caminar con una prótesis. “Pero cuando quiero pescar corro hacia el agua más rápido que mis hermanos”, bromea. El centro médico es una casa inservible. Las arañas anidan en el estetoscopio y la medicina para la fiebre infantil es alimento de hormigas. Los vuelos para emergencias médicas ya no se realizan, por falta de acuerdo entre la operadora y el Ministerio de Salud. 
 
El centro de salud abriga la esperanza de contacto con el mundo que habita selva afuera: una radio de largo alcance. Esta funciona únicamente con la energía que obtiene de una batería de carros, adecuada hábilmente por el maestro de la escuela, Darwin Alvarado. La batería desgastada trajina entre la escuela y el centro de salud, dependiendo de las urgencias de comunicación de la comunidad, que tiene algo más de 50 miembros. Alvarado, nacido en Arajuno (Napo), vive con los záparas tras su matrimonio con la hija de Oswaldo Ruiz. Es el único profesor en la escuela de Torimbo, a la que asisten nueve estudiantes, de segundo, tercero, cuarto, quinto y séptimo nivel de educación general básica. Prácticamente, un alumno por grado. 
 
“Acabamos de terminar el primer parcial y aún no llega el material didáctico de este año lectivo. Estamos usando los textos del año pasado”. En Torimbo no hay colegio. La única opción para continuar los estudios es enviar a sus hijos a Puyo, la capital provincial. La hija mayor de Darwin Alvarado siguió este camino para empezar sus estudios en el colegio. No es seguro que regrese a la selva.
 
Los sueños, el pasado y el futuro
Alcides Ushigua soñó que la muerte rondaba en el monte. El sueño tiene para los záparas el peso de una profecía. Salió al día siguiente con la carabina al hombro, selva adentro. “Cuando me di cuenta atacaba a los dos perros y yo era la siguiente presa. Solo uno de los dos iba a sobrevivir”. 
 
Mientras muestra la piel del tigre de monte, su hijo Jaime revisa la carabina: un disparo fue suficiente. El sueño como medio de conocer el pasado, el presente y el futuro es parte del patrimonio de esta cultura. “Con la voluntad de conocer el pasado para comprender y actuar en el presente, decidieron volver a encontrar y recrear un vínculo con los ancestros a través del sueño”, descubrió la antropóloga Anne-Gaël Bilhaut, quien buscando a los záparas extintos en Perú terminó encontrando a sus parientes lejanos en la selva ecuatoriana. 
 
 
En el libro “El sueño de los Záparas: Patrimonio Onírico de un Pueblo de la Alta Amazonía”, explica su propia experiencia: ella dice que la visitaban en sueños cuando se encontraba en su Francia natal. Sus estudios muestran que la pareja consu me ciertas sustancias selváticas para soñar: los padres inducen el sueño de sus hijos con infusiones de hierbas. 
 
Alrededor del fogón se reúne la familia, para tomar la chicha de yuca macerada en pondos y relatar sus sueños. El día empieza a las cinco de la mañana, porque se aprovecha la luz natural, a falta de iluminación artificial. “Los sueños nos dicen por qué enferma el cuerpo. A nuestra selva ha llegado gente de Hollywood a curarse”. Manari Ushigua se refiere a la experiencia que vivió el actor estadounidense Channing Tatum, quien pasó varios días en Naku, un espacio habilitado para recibir a visitantes, que buscan turismo de sanación y de espiritualidad. Naku se encuentra en la comunidad Llanchama, accesible también en avioneta desde Shell Mera. 
 
El proyecto turístico tiene el apoyo de la fundación Terra Mater. “Desde la perspectiva de este pueblo, los visitantes son ‘amigos’ y es posible un intercambio de visiones, en el cual ambas partes ganan”, explican Carlos Mazabanda y Javier Félix, quienes desde la fundación apoyan la logística del proyecto. ¿Su temor? Los turistas no querrán visitar una zona selvática contaminada por la actividad petrolera. 
 
Llanchama ahora está en medio del bloque petrolero 79. La vivencia en la selva es una atracción para turistas. Según Manari, a Naku llegaron ejecutivos de Google, buscando respuestas en las plantas. Andrés Ushigua conoce las propiedades de cada familia: “Aquí mismo está la cura para el cáncer, para la gastritis, otros males de la gente que vive en la selva de carros”. 
 
“En la selva están las respuestas. Nosotros somos los guardianes de los animales sagrados, como la boa de fuego que vive bajo el lodo y se convierte en petróleo”. Manari habla de la “ninamarum”, ser mítico para su cultura. Este pueblo soñó que el petróleo es la sangre, no debe salir de la selva, para guardar el equilibrio de la tierra. Pero ese pudiera ser, fatalmente, el último sueño de los záparas.
*Reportaje realizado con el apoyo de la Alianza Clima y Desarrollo (CDKN), la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA) y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), en el marco del proyecto “Capacitación a periodistas sobre la implementación de compromisos nacionales para reducción de emisiones (NDCs) en América Latina”.

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