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Las chicas del cable: telefonistas, amigas y feministas

lunes, 29 mayo 2017 - 04:35
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En los albores de las telecomunicaciones, cuando las llamadas debían ser conectadas manualmente desde una central, los operadores eran niños y adolescentes. Los mayores se encargaban de las conexiones superiores del tablero y los más chicos de las de abajo. Pero los abonados de la compañía fundada en Estados Unidos por Alexander Graham Bell se quejaron pronto: los muchachos se distraían, y gastaban bromas pesadas (también estaba el detalle de la explotación infantil, claro).
 
Los primeros operadores adultos fueron varones, pero ya en 1878 contrataron a la primera mujer, y según cuenta la historia, fue gracias a su mezcla de eficiencia y dulzura en el trato que ellas conquistaron su espacio en este naciente mercado laboral, que se extendió por todo el mundo (otro factor importante tuvo que ver con el hecho de que las mujeres no tenían derechos sindicales, y les pagaban menos).
 
Ambientada en Madrid en 1928 y producida por Bambú, los creadores de las exitosas series de época “Gran Hotel” y “Velvet”, “Las chicas del cable” cuenta la amistad que surge entre trabajadoras de la compañía telefónica.
Alba (Blanca Suárez) es una audaz ladrona que ha cambiado su identidad y oculta un pasado romántico con el director de la empresa (interpretado por Yon Gonzáles, el de “Gran Hotel”); Ángeles (Maggie Civantos, de “Vis a vis”, la versión española de “Orange is the New Black”) es la casada del grupo; Marga (Nadia de Santiago), una tímida pueblerina recién llegada a la gran ciudad; Carlota (Ana Fernández), la rebelde hija de un militar adinerado que considera escandaloso que trabaje, y Sara (Ana Polvorosa, de la sitcom “Aída”), la jefa de la centralita durante el día, y una militante del movimiento sufragista por la noche.
 
Los productores de esta serie, cuya primera temporada de ocho capítulos se estrenó a fines de abril, no han tenido problemas en decir que básicamente se trata de “una serie de mujeres y para mujeres”.
 
Pero no se confundan, esto no es “Sex and the City”.
 
Después del trabajo las chicas frecuentan un bar, toman chinchón y coñac, hablan de hombres (hay sexo, sí, con tríos y todo) y sus ropas arrancan suspiros, pero sus problemas son mucho más complejos que los de las adineradas neoyorquinas. En “Las chicas del cable” el contexto histórico no es tan solo un pretexto para que diseñadores y vestuaristas se luzcan (que lo hacen y mucho).
 
La época que les toca vivir a estas mujeres, que fue la misma que la de nuestras abuelas o sus madres, es el foco en esta historia. Cuando las mujeres estaban sometidas legalmente a la voluntad de sus maridos, padres y hermanos, y no tenían ni derecho al voto, las primeras telefonistas encontraron, a través de la posibilidad de una vida profesional, un frágil pero importante espacio de libertad que las animó a querer más, el trabajo las convirtió en colegas, compañeras, y a muchas, como a las protagonistas de esta serie, en hermanas.

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