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Solá: la ética de la derrota en cámara lenta

viernes, 13 noviembre 2015 - 12:37
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Durante 53 años Eduardo Solá Franco realizó una de las obras más profusas e inclasificables de nuestra historia: 14 volúmenes de Diarios Ilustrados. Conservados en la Biblioteca Nacional de Francia, una magnífica edición crítica los acerca hoy a nuestras manos.

Para Giorgio Agamben la contemporaneidad comporta, ante todo, una relación singular con el propio tiempo: una adherencia y una fisura, una pertenencia en malestar. Esta paradoja resuena en el primero de los ensayos que acompañan la edición de los cuatro tomos de los Diarios Ilustrados de Eduardo Solá Franco, en el marco del primer centenario de su nacimiento.

James Oles destaca ahí la contradicción entre libertad y sometimiento de Solá, “el más contemporáneo de nuestros modernos”, en palabras del autor de los otros dos ensayos, Rodolfo Kronfle, editor general del proyecto. Solá y su vida de privilegio y penuria, de exuberancia y depresión, de creatividad y banalidad, a caballo, barco y avión de las capitales del mundo, huyendo y regresando a su natal Guayaquil, donde nunca acabó de sentirse en casa, intentando encontrar arraigo en el desarraigo.

Solá fue una anomalía en todos los frentes. Homosexual y anticomunista, no pudo ser nuestro Lorca, ni siguió los pasos de Pablo Palacio, otro incomprendido de un Ecuador donde la injusticia fundó un pensamiento atrabiliario pleno de compartimentos estancos, donde una ideología que no siempre actuaba en consecuencia a su discurso, se arrogó las credenciales de ingreso al olimpo del arte y la cultura.

Pero Solá, admirado en los estudios Disney, reputado diseñador de revistas y catálogos de moda, tampoco fue entendido del todo en otras latitudes. Su inapetencia a adscribirse a las tendencias imperantes o emergentes lo volvieron una ‘rara avis’ para un mercado que él mismo definió con inteligencia: “El pintor especializado es uno de los errores del arte comercializado del siglo XX. Los grandes pintores (siempre) incidieron en otros campos”.

Burgués aristocrático, fue condenado y autocondenado a que su obra, en su momento, no se cargara de la enorme potencia micro política que la habitó desde su arrastre primigenio: el rescate de lo íntimo; la preponderancia de la memoria en el desa rrollo consciente del “impulso biográfico”, un gran legado; la concepción de la Historia Universal y del Arte como un cofre familiar de recuerdos donde abrevar referencias del drama personal, etc.

Mientras para Oles la edición de estos diarios “complementa y complica la historia de la vida gay en las Américas y Europa con anterioridad a los movimientos de liberación de los sesenta y setenta”, Kronfle rescata la antimilitancia consciente de Solá, en una materia a diseminar y encriptar a lo largo de una obra revelada como el significante de la vida. He ahí que los diarios, una obra a admirar en sí, sean la clave y el reflujo paradójico de esa ética del enmascaramiento. Y anota: “Solá, la derrota en cámara lenta de un hipersensible que quiso lograr una vida de anhelos y sentimientos elevados”.

Más allá de su rigor filosófico, en absoluto ilegible (hay la recuperación de una apasionante práctica en desuso, entreverar el estudio de la obra de un artista con el abordaje de su vida, en este caso un ejercicio insoslayable), el asombroso cuidado y los diversos niveles de discurso logrados por todo el equipo editorial van abriendo paso, poco a poco, a esa materia que los diarios ocultan y engarzan.

Tras 53 años de persistencia y compromiso cotidiano, consignando a su manera entre 1935 y 1988 guerras, transformaciones, decepciones y fiestas, el tiempo es un tesoro guardado en sus diarios. Ahora muerto, Solá renace, ya no sólo entre los modernos: hoy mismo muchas de sus fisuras en potencia resultan ser, todavía, pendientes nuestros.

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