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“Necesitamos que todo cambie en todas partes”

sábado, 29 agosto 2015 - 04:38
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Hace varias ediciones comentamos la magistral “El año del verano que nunca llegó”, de William Ospina (Tolima, Colombia, 1954). Aprovechando su visita relámpago al Ecuador, dialogamos con este humilde y vasto clásico contemporáneo, que para explicarse mejor suele recurrir a sus maestros vivos y muertos, normalmente poetas filosóficos o filósofos poéticos, como W. B. Yeats y su desafío moral: “Los mejores carecen de toda convicción, en tanto los peores están llenos de apasionada intensidad”.

¿Por qué partir siempre de la Historia? ¿Cómo se relaciona su escritura con ella y la memoria?
Todos los países están reelaborando permanentemente en la literatura su memoria histórica. Es una tradición antiquísima, aunque entre nosotros sea menos frecuente. Tal vez creemos que somos muy recientes y que no hay una gran memoria que interrogar y fabular. Pero a pesar de las ilusiones coloniales nuestro pasado milenario existe, y hay mucho qué contar. También se trata de explorar en lo más escondido de nuestra memoria personal. Es grato comprobar la paradoja de que solo a través del lenguaje, que es una creación colectiva, logramos configurar nuestra individualidad. Necesitamos de la labor de todos para ser individuos.

“El año del verano que nunca llegó” es una novela “contaminada” de ensayo, documental, crónica, biografía. Y mientras mayor realidad usted introduce, más emocionante resulta.
La novela vive ampliando el ámbito de sus posibilidades. Tras el “Ulises” de Joyce, el “Pedro Páramo” de Rulfo, o “La Metamorfosis” de Kafka, la definición de novela es bastante flexible. Hoy la veo como un espacio verbal donde pueden convivir otros géneros, pero se entiende que no hay novela sin personajes, sin intriga, sin desarrollo y sin desenlace. Es un lugar donde ocurren cosas, y le ocurren a alguien, y en mi libro el narrador es el ser al que le ocurre todo. Pero creo que lo más importante no es la definición del género: necesitamos libros vivos, y si la investigación, el pensamiento, la reflexión, los bruscos cambios de perspectiva, y la compañía constante de la poesía, ayudan a que estén más vivos, no hay razón para renunciar a esos recursos.

Su libro interpela a la exigua rebeldía de la juventud actual. ¿Esta reivindicación del romanticismo implica una nostalgia por un mundo que ya no existe o un desafecto hacia la presuntuosidad posmoderna y su falta de potencia?
Ambas cosas. La nostalgia es un sentimiento muy romántico, incluso la nostalgia de lo que nunca existió. Pero la verdad es que el mundo de hoy está demasiado instalado en la presunción de su propia superioridad con respecto a todo tiempo anterior, y si bien yo veo en el presente grandes aventuras de la inteligencia, la destreza y la fuerza, no veo fuerzas semejantes en el campo de la generosidad, la responsabilidad, el altruismo y la ética. Somos diestros, brillantes, egoístas, irresponsables y carentes de heroísmo moral. Nadie lo ha dicho mejor que W. B. Yeats: “Los mejores carecen de toda convicción, en tanto que los peores están llenos de apasionada intensidad”.

Su maestro Estanislao Zuleta fue un auto didacta marxista heterodoxo, un poeta del pensamiento. ¿Qué puede decirnos de él, usted que presentó su libro en la Universidad de las Artes, en cuya génesis friccionan perspectivas academicistas frente a la complejidad desintegradora constitutiva del arte?
Estanislao Zuleta era un gran maestro, un gran amigo y un gran soñador. Sabía que la universidad puede estar condensada en un hombre, que el gran instrumento de la civilización es el diálogo, en el que se requiere la igualdad como supuesto de todo intercambio; sabía que necesitamos que todo cambie en todas partes, como quería Hölderlin; que hay mucho saber fósil al que hay que sacudirle el óxido, que la academia no son los edificios ni los papeleos, que debe estar viva; y que tal vez la universidad verdadera debe estar en los bosques, en los ríos y en los arrabales. Y sobre todo sabía que los grandes maestros son los artistas, y que al mundo lo cambiarán nuevas perspectivas, nuevos ritmos, nuevos colores y nuevas metáforas.

Usted describió al chavismo como un intento honesto a favor de los pobres. ¿Qué opina de Rafael Correa? ¿Logró conversar con críticos de su gobierno? ¿Qué les diría a esas grandes capas de la sociedad ecuatoriana, muchas de ellas de izquierda, que lo consideran un déspota?
Yo miro todo desde la desdicha de la sociedad colombiana, que es un pozo de dolor indescriptible. La miseria material y moral, la exclusión de millones de personas de un horizonte de dignidad y de esperanza, la prepotencia de unas castas ebrias de su propia soberbia y de su propia insensibilidad, a las que no les avergüenza el grado de postración en que tienen a su país desde hace muchas décadas. Aunque miro con atención, no alcanzo a ver nada parecido en los países vecinos. Hay desacuerdos políticos, rivalidades, como es natural en toda democracia, y por supuesto deseo que sean sociedades cada vez más reconciliadas. La verdad es que en Colombia estamos tratando de llegar a la reconciliación, y es difícil porque hace tiempo se perdió la confianza en los otros y el respeto por los adversarios.


A fines del 2011 Ospina estuvo en Ecuador presentado su elogiado ensayo
biográfico “En busca de Bolívar”. En 2009 el autor colombiano ganó
el premio Rómulo Gallegos por su novela "El país de la canela".

También ha sido un agrio y legítimo crítico del presidente Juan Manuel Santos. Y sin embargo, puede que él pase a la historia por el hito de la paz en Colombia. ¿Qué perspectivas puede darnos de este arduo proceso?
Sería más fácil hacer la paz si todos admitieran su responsabilidad en las largas violencias. Yo sólo puedo imponer la rendición a quienes he derrotado, pero si necesito de su colaboración para que la violencia termine y el futuro comience, es mezquino poner el énfasis en el pasado, sin reconocer las propias responsabilidades. La guerrilla ha cometido muchos crímenes, pero todos los bandos han cometido muchos crímenes, por eso se habla de una guerra y no de alguien que maltrata a otro. ¿Y cuándo van a convocar a la sociedad para que construya la paz? ¿O es que van a hacer la paz sólo entre guerreros, pero dejando en pie toda la injusticia que produjo la guerra?

Para terminar: ¿qué autores y autoras ecuatorianas le interesan o emocionan?
Soy lector de Jorge Icaza, de Jorge Enrique Adoum, de Abdón Ubidia, de Raúl Vallejo. Y crecí escuchando pasillos ecuatorianos. Creo que las letras de las canciones son un corpus poético. Uno no se conmueve solo desde que empiezan a cantar “Cuando de nuestro amor la llama apasionada…”, uno se conmueve desde que empiezan a puntear las guitarras.

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