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Frankenstein entre nosotros

jueves, 8 octubre 2015 - 08:36
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    Preguntémonos: ¿quién nos defiende del Estado? Al igual que todas las fuerzas en la sociedad, el Estado debe ser limitado y sometido al Derecho.

    La Constitución de 2008 provocó un profundo cambio estructural en el Ecuador: el retorno del Estado como ente indiscutible de autoridad y regulación de la sociedad. Los problemas económicos y la inestabilidad política que había vivido el país hasta entonces, fue el caldo de cultivo para la propuesta de Alianza PAIS de construir un Estado todopoderoso que asuma su rol de dominación en la sociedad a través de instituciones fuertes. De esta manera, se puso fin a una época de fragmentación del poder en diversos actores de la sociedad: grupos de políticos que no necesariamente estaban en el gobierno, empresarios, sindicatos, indígenas, ONGs, entre otros.

    No es la primera vez que Ecuador vive este tipo de transformaciones. En el siglo XIX, García Moreno construyó un Estado fuerte sustentado en el principio de autoridad y lealtad. Con el poder de coerción en sus manos, realizó una gestión pública honrada y eficiente que modernizó la hacienda pública y permitió la construcción de carreteras y el inicio del ferrocarril. Pero en lo político, fue despótico.

    La Revolución Liberal de 1895, reaccionó frente a esta acumulación ilimitada de poder del Estado garciano. En lo doctrinario, impulsaba las libertades individuales y la creación de un Estado de Derecho que permita que todas las personas sean iguales ante la ley, sin privilegios ni distinciones. En la práctica, estas ideas degeneraron en el reemplazo de los antiguos grupos de poder, que hasta entonces habían influido en las decisiones estatales, por miembros de la nueva argolla liberal.

    La Revolución Ciudadana pasará a la historia por su mayor creación: un Estado omnipotente. En esta ocasión, también cambiaron las relaciones de poder, lo que permitió la sustitución de quienes intervenían en las decisiones estatales en el pasado. Pero, ¡cuidado hayamos creado un Frankenstein moderno que se vuelva en contra de la sociedad que lo engendró!

    El Estado como soberano indiscutible e incontestable no tiene límites a su actividad. Podría transformarse en una herramienta para el abuso de la fuerza que solo estaría restringida a la magnanimidad de sus administradores. Este Estado, es también el que somete a los ciudadanos y pone trabas a sus iniciativas. Un Estado en donde no caben las opiniones divergentes, ni el sindicalismo, ni grupos económicos, en fin, ningún actor que pueda cuestionar su autoridad.

    Preguntémonos: ¿quién nos defiende del Estado? Al igual que todas las fuerzas en la sociedad, el Estado debe ser limitado y sometido al derecho. Su intervención es necesaria para mejorar la eficiencia en ciertos mercados, para instaurar el orden. Pero no es aceptable que afecte las libertades y provoque la asfixia de la iniciativa individual, fuente generadora de riqueza.

    El Estado es solo un medio que debe estar al servicio de los ciudadanos, quienes debemos poder elegir a qué destinar el fruto de nuestro trabajo, cómo vivir y qué consumir. Con restricciones a las libertades y a la iniciativa individual, la sociedad no podrá prosperar.

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