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Feriado petrolero

jueves, 9 marzo 2017 - 12:04
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    Esta década va a quedar grabada en la historia del Ecuador como el feriado petrolero. Por las arcas fiscales pasaron riquezas solo comparables con las más febriles fantasías de las mil y una noches. Los precios del crudo llegaron a superar los 150 dólares/barril y los ingresos petroleros del fisco se cuadriplicaron, alcanzando $ 83 mil millones. Los ingresos no petroleros subieron a $ 282 mil millones impulsados por constantes incrementos tributarios. 
     
    A pesar de tener cuatro veces más ingresos que cualquier gobierno anterior, al fisco le faltaron recursos y acudió agresivamente al endeudamiento por $ 23 mil millones adicionales. ¿En qué se utilizó tanto dinero? No fue para hacer carreteras ni hospitales, sino para alimentar a un Estado cada vez más grande. De cada 100 dólares recibidos, 69 dólares se destinaron al gasto corriente y apenas 31 dólares a la inversión. 
     
    En pleno frenesí, se inició la construcción de obras dignas de un sultán. Más hidroeléctricas de las que se podía necesitar, una nueva refinería sobredimensionada para la capacidad de abastecimiento, uno de los puertos de aguas profundas para importar gas más grandes del Pacífico con una capacidad instalada varias veces superior a la requerida, descomunales edificios para albergar al creciente número de burócratas.
     
    Cierto es que la bonanza permitió que la pobreza continúe reduciéndose. Pero paradójicamente, este proceso se volvió cada vez más lento. Al inicio de la dolarización el número de pobres se redujo a un ritmo promedio de 5,4 puntos porcentuales por año. Durante la gran bonanza, la pobreza se redujo en apenas 1,5 puntos porcentuales por año. ¿Qué se hizo mal? 
     
     
    El problema estuvo en que se intentó impulsar a la economía en base al consumo, mientras la producción seguía acumulando problemas de productividad y competitividad. Las condiciones para el emprendimiento se deterioraron a pesar de la abundancia de recursos. Se produjeron frecuentes incrementos impositivos que inclusive limitaron el ingreso de divisas para la inversión productiva. Se encareció la importación de materias primas y maquinaria. La complejidad en los trámites fue la norma. Eso sí, la momentánea bonanza otorgó abundantes recursos a los consumidores para gastar, generando una sensación generalizada de bienestar. 
     
    El espejismo acabó en 2014 cuando el precio del crudo retornó a los niveles de 2004. Pero ya era tarde. El Estado se había acostumbrado al nuevo nivel de ingresos. La bonanza terminó en un inevitable ajuste económico y la destrucción de empleos. La pobreza se elevará nuevamente. La diferencia con la crisis del 99 es que la dolarización impidió que el gobierno cause más daño emitiendo moneda sin respaldo para financiar el excesivo gasto público. 
     
    El presidente saliente, sin pudor alguno, amenaza que aplicará la “muerte cruzada” para celebrar elecciones anticipadas en caso de que la oposición en el poder destroce “todo lo logrado” en 10 años de gobierno. Pero no será necesario aplicar una medida tan drástica. Él mismo se encargó de esta ingrata tarea al dejar al país en una situación insostenible mendigando por deuda externa.  
     

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