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¿Es Correa Florentino Pérez?

jueves, 2 julio 2015 - 07:04
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    “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Lord Acton

    Antes pensaba que Correa era José Mourinho (exdirector técnico del Real Madrid). Arrogante, prepotente, vanidoso, demagogo, victimista, ponzoñoso, egocéntrico, deslegitimador del otro y de la diferencia. Capaz de meter el dedo en el ojo de un rival y luego exigir juego limpio. Rajero, revanchista, resentido, rencoroso y mesiánico, Mourinho llegó a auto bautizarse “The special one”.

    Según él, el mundo entero está en su contra: entrenadores, prensa, comités, hinchas rivales y hasta colaboradores suyos le tienen “envidia” por su “increíblemente” exitoso palmarés y “no le perdonan” el no haber jugado nunca al fútbol profesional (también nuestro tecnócrata economista Correa fue un outsider que desembarcó en la política sin haberse forjado en ella, más allá de la dirigencia estudiantil católica y boy scout).

    Para “Mou”, quienes lo critican lo hacen movidos por el “odio”, sin importar que en más de una ocasión, pese a disponer de algunas de las plantillas más multimillonarias de la historia, sus equipos practicasen un fútbol mezquino, ultradefensivo e incluso ruin. Pero con todas estas similitudes de carácter y proceso, otro personaje del lado oscuro de la fuerza se presenta hoy con mayor precisión como espejo del desgastado presidente ecuatoriano: Florentino Pérez, el presidente del Real Madrid.

    Con la discreción propia de los magnates de la especulación inmobiliaria mundial, Florentino comparte muchos de los rasgos de inmadurez de su mimado Mourinho, a cuyo engreimiento contribuyó pese a su más bien discreto paso por el Madrid: contratado para acabar con la hegemonía del Barcelona de Guardiola, el portugués lo logró sólo parcialmente, envileciendo el juego más que arrebatando títulos. Más allá de esto, el síndrome Florentino estriba en su impresionante concentración del poder y en la autodestrucción que ella depara.

    Pérez llegó al Madrid con el prestigio y la billetera de su multinacional ACS, y con la promesa de hacer “del mejor equipo del siglo XX” el mejor del XXI. Y en ello ha fracasado, pese a gastar más de mil millones de euros en fichajes y de cambiar en sus doce años de gobierno a casi igual número de entrenadores. Sin duda ha aprovechado su influencia económica y política para hacer de su club un tiburón financiero, pero de 36 títulos importantes bajo su longevo mandato, sólo ha ganado siete. ¿Tanto dinero para qué? En su época de mayor bonanza, los hinchas del Madrid han debido resignarse a ver al Barcelona convertirse en lo que su club fue antes de que Florentino secuestrara, con su consentimiento y apoyo, el poder.

    En una asamblea de socios dopada por sus millones, Florentino logró aprobar casi por unanimidad un cambio de estatutos sobre los avales y requisitos para presentarse a la presidencia del club. Con el nacionalista argumento y la adecuada propaganda de blindar al Madrid “para los madridistas”, en una era donde magnates rusos, ucranianos y árabes se hacían dueños de clubes europeos, Florentino se hizo un traje a medida, uno que ningún otro madridista, por millonario que sea, puede llenar. Y así, con la ley en la mano y la masa social seducida, se convirtió en su Amo y Señor. El Real Madrid y la República del Ecuador: dos ejemplos de convivencia del medioevo y la posmodernidad.

    ¿Y tanto poder para qué? Ya sabíamos que Florentino se sentía por encima de socios y entrenadores, meros mediadores entre su billetera y los Zidanes ganadores de trofeos, más allá de lo que a su juicio son mamarrachadas filosóficas y otros poemas de los románticos del buen fútbol. Pero resulta que él, supuesto baluarte de la tradición de Di Stéfano (lograr que en el Madrid siempre jueguen los mejores) hoy está contra sus dos simbólicos capitanes: Íker Casillas y Sergio Ramos, cada uno héroe de su respectiva generación.

    En pleito con el mismísimo Cristiano Ronaldo (a quien él no contrató), empeñado en proyectar a Gareth Bale como la figura del futuro inmediato, hoy parece evidente que según el pobre Florentino la única verdadera estrella debe ser él. Poco importa, en esa lógica, que el equipo se despedace. A fin de cuentas, el Estadio soy Yo.

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