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Sembrar el petróleo

jueves, 3 septiembre 2015 - 08:29
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    En contraste con América Latina donde el petróleo ha sido el “excremento del diablo”, en Noruega es la base del mejor sistema social del mundo. La diferencia: la política no entra en la administración de la estatal petrolera y los ingresos van a un fondo que sustentará el gasto social por generaciones.

    Según Naciones Unidas, Noruega es el país más rico y de acuerdo a la revista inglesa The Economist, el más democrático. Siendo el octavo exportador de petróleo, Noruega es una rara joya, en la cual el oro negro no se ha convertido en “excremento del diablo”. Su industria energética es más joven que la venezolana y casi de la misma edad que la ecuatoriana, pues comenzó a fines de los años 60, cuando se descubrieron pozos en el Mar del Norte. El secreto para su éxito está en dos pilares: la no intervención en el manejo de las empresas energéticas en las cuales el Estado es accionista mayoritario y la creación de un fondo de inversiones alimentado por los recursos petroleros, para sustentar y mantener los servicios sociales.

    Desde hace más de una década, en que las empresas venden acciones en el mercado de valores, el gobierno hizo una promesa formal para no intervenir en la administración de éstas. “Es imposible sobrevivir y dar ganancias si no se es eficiente y se bajan los costos. Los políticos nos dejan trabajar guiados por las leyes del mercado que hacen que cuando más crecemos, más impuestos pagamos”, dijo en una entrevista el presidente de Statoil, Helge Lund, publicada en Vistazo en 2013. Esa no intromisión le ha permitido a Statoil quintuplicar su producción en la última década y que los ingresos al fondo Noruega Oil lo conviertan en el mayor fondo de inversiones del mundo. Tiene en sus arcas 880 mil millones de dólares y mueve 1,3 por ciento del mercado global de inversiones.

    El fondo es administrado a través del Banco de Noruega y se caracteriza por la transparencia. Sus regulaciones son estrictas y los noruegos conocen sus inversiones y rendimientos. Sin descapitalizar el fondo, éste aporta al 11 por ciento de los gastos sociales del presupuesto estatal. Así, se ha blindado a los beneficios sociales y al presupuesto estatal. Mientras el desplome de los precios del petróleo ha cuarteado varias economías, los efectos en Noruega han sido menores. La industria de energía ha tenido que reducir unos 20 mil puestos de trabajo y el desempleo ha crecido al cuatro por ciento, un alza histórica, pero no se han afectado ninguno de los servicios sociales, los cuales son la envidia del mundo y el orgullo de los noruegos. Ahí sembraron el petróleo.

    En contraste, las industrias petroleras latinoamericanas han sufrido la catastrófica injerencia política. En Brasil, por ejemplo, Petrobras ha perdido la mitad de su patrimonio durante la época de la mayor bonanza en la historia del petróleo. El partido gobernante, el socialista PT la usó como caja chica para corromper a diputados, empresas y políticos. En Venezuela, el manejo político de PDVSA, hizo que en los gobiernos de Chávez y Maduro, la empresa pase de producir de 3,3 millones de barriles por día a 2,3 millones. En Ecuador nos acabamos de enterar que para que se alcance el punto de equilibrio en los hidrocarburos, se necesita un precio de 39 dólares, pero lo estamos vendiendo a 30. Entre otras cosas, porque en lugar de negociar un impuesto a las ganancias extraordinarias del petróleo a las empresas que operaban en el país, hicimos nuevos contratos.

    La administración de la riqueza del petróleo también ha sido caótica en América Latina. No se considera lo que ocurrirá en tiempos de vacas flacas. La bonanza, desafortunadamente, consolida a gobiernos populistas, que inflan el tamaño del Estado y desperdician los ingresos. Nunca blindan sus economías y cuando llegan las crisis, son los más pobres quienes cargan con el peso. Pero además, generan expectativas irreales, que al no ser cumplidas, originan violencia social.

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