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Omnipotencia

jueves, 21 mayo 2015 - 06:11
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    La afirmación que pasó de moda la separación de las funciones del estado es golpista porque desestabiliza la vigencia de la Constitución.

    La lucha contra la omnipotencia política, la concentración de todos los poderes, registra en la República Romana el año 509 antes de Cristo, hace 2.523 años, el primer antecedente de lo que hoy se llama separación y autonomía de las funciones del estado. La República Romana puso fin a la Monarquía Romana con la expulsión del último rey concentrador de todos los poderes, Lucio Tarquinio el Soberbio.

    Ese sistema se denomina republicano. El artículo 1 de la Constitución de Montecristi establece como principio supremo de gobernabilidad la división del poder público en funciones separadas, autónomas e independientes cuando ordena que “se organiza en forma de república y se gobierna de manera descentralizada” el estado constitucional de derechos y justicia, democrático y soberano del Ecuador. Y agrega que “la soberanía radica en el pueblo, cuya voluntad es el fundamento de la autoridad”, lo cual significa que no es la voluntad de un partido político ni tampoco las componendas entre varios partidos.

    Se desprende entonces que es golpista la afirmación que pasó de moda la separación de las funciones del estado porque un tal Montesquieu lo inventó en el siglo XVIII durante la revolución francesa que suprimió a la monarquía absoluta. Eso es golpismo porque desestabiliza la vigencia de la Constitución al promover la disfuncionalidad de las instituciones de la república. Es lamentable esta falta de respeto a la Constitución, aprobada en referéndum por el pueblo soberano, al andar propalando irresponsablemente la falsedad de que la separación y autonomía de las funciones del estado es algo del pasado. Ahora los regímenes concentradores de poder ya no solamente se denominan monarquías absolutas porque contemporáneamente solo hay 4, en Arabia Saudita, Brunei, Omán y Suazilandia. Pero existen con otros ropajes creados bajo el diseño del Imperio Soviético y se llama leninismo. Consiste en que la soberanía popular es suplantada por un partido que acapara todas las funciones del estado llegando a ser el único nominador de candidatos que él mismo elige así como el propietario de todos los medios de producción y comunicación social para que nadie dependa económicamente de su propio esfuerzo o de información real que no sea manufacturada por la burocracia que lava el cerebro a la sociedad mediante propaganda que copa todos los espacios.

    Con la disolución del Imperio Soviético desapareció ese sistema de gobierno técnicamente conocido por los tratadistas con el irónico nombre o sobrenombre de democracias populares. Se vuelve a actualizar en las Américas bajo la guía del comandante Fidel Castro con un formato de dictaduras plebiscitarias que no consagran el leninismo en la Constitución sino que lo aplican paulatinamente, sin el texto de la Constitución cubana. Eso está ocurriendo en el Ecuador y no se tiene el coraje de llamar a referéndum para que el pueblo soberano autorice convertirlo en letra constitucional.

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