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¿Retirada?

viernes, 6 marzo 2015 - 09:56
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    Aparentemente todo apunta al escenario de la continuidad vitalicia, pero son tantas las derivaciones perniciosas, para el país como para el supuesto beneficiario, que la más elemental sensatez lo descarta.

    Un elemento crucial en la definición del futuro de la República reside en la incógnita de saber si se está asistiendo a una retirada bien organizada, del Presidente que por más tiempo ha ejercido consecutivamente en la historia nacional, o si se está intentando una perpetuación en el mando, del Primer Mandatario que mayor poder ha concentrado.

    Aparentemente todo apunta al escenario de la continuidad vitalicia, pero son tantas las derivaciones perniciosas, para el país como para el supuesto beneficiario, que la más elemental sensatez lo descarta. Respecto a la retirada bien organizada –en cambio– lo que más la apuntala es que pocos la sospechan.

    El ejercicio del poder sin límite de tiempo marca un retroceso tan grande que para comprenderlo solo basta mirar a Cuba y Corea del Norte, dos piezas políticas de museo. El límite racional de “10 años es suficiente”, sostenido por el socialista Helmut Schmidt exjefe del gobierno alemán por siete años, se hace carne en la República Popular China donde el poder lo detenta permanentemente el partido comunista, según manda la Constitución, con un período presidencial que dura cinco años y permite una sola reelección. En China nadie ha ejercido la jefatura del Estado por más de 10 años, ni Mao Tsé-Tung cuyo cadáver embalsamado se exhibe en un ataúd de cristal en la plaza de la Puerta de la Paz Celestial, o Tiananmén.

    La retirada honorable requiere un plinto fundamental que equivale a un pedestal de seis caras. La primera es ninguna hendija para el desbande porque si piensan que él se va hasta los perros más fieles –esos sin vacuna– se van a ladrar a otro patio. La segunda es la cláusula de paz, no puede haber ni el menor asomo de vías expeditas para denuncias calificadas desde ya como temerarias y maliciosas. La tercera es el cierre glorioso del más grande número de inauguraciones que se haya visto luego de una década de retardos e incumplimientos. La cuarta consiste en dejar bien claro que el desplome petrolero puede ser bien resistido por una economía dolarizada aunque endeudada pero sin fenómeno El Niño ni conflicto bélico con los vecinos. La sexta que si no se logra la sucesión para un delfín por lo menos continuarán bajo control las otras cuatro funciones del Estado, cooptadas por los amigos del trato durante períodos legales que coparán el período de gobierno de un sucesor de oposición. Y la sexta cara del paralelepípedo es dejar abierta la puerta del retorno con la reelección indefinida, después de que fracase el sucesor sea propio o de oposición.

    Todo ello obviamente requiere de humaredas permanentes, debates intrascendentes, amagos y provocaciones, anuncios espectaculares, reculadas programadas, y obviamente una oposición que haga méritos para que no se arrepienta.

    Los hechos son los que hablan y las cartas están sobre la mesa.

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