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¿Activistas o vándalos?

miércoles, 2 noviembre 2022 - 17:30
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*OPINIÓN

Cuál es el problema: ¿atentar contra el arte como forma de protesta o el arte desentendiéndose de las urgencias contemporáneas?.

Una tendencia se ha instalado con fuerza alrededor del planeta en las recientes semanas: el ataque a obras de artes en los principales museos y galerías de urbes del hemisferio norte como mecanismo de protesta. Algunas de estas manifestaciones atañen a supuestas contradicciones de los mismos procesos de producción artística, otras a reivindicaciones que son de mayor amplitud, como por ejemplo, la serie de intervenciones- siete durante el mes de octubre- del colectivo “Just Stop Oil” (Paren al petróleo), que busca detener las nuevas licencias del Gobierno Británico para la explotación de petróleo y gas.

Al grito de “¿Cómo se siente al ver algo bello siendo destruido?” dos jóvenes se acercaron y se pegaron -literalmente con ayuda de pegamento instantáneo- a La joven de la perla (1665), del pintor del Siglo de Oro Johannes Vermeer, colgada en la galería Mauritshuis, de la ciudad de La Haya: los llamados a parar el extractivismo petrolero fueron la reivindicación. De similar manera, en las últimas semanas, Los Girasoles, de Vincent Van Gogh, en la National Gallery de Londres fueron bañados con sopa de tomate; uno de los cuadros de la serie de Los Almiares, del pintor impresionista francés Claude Monet, en el Museo Bareberini de Berlín, fue impactado con puré de papas, y un pastel se lanzó contra La Mona Lisa, en el Museo Nacional del Louvre, de París.

Todas estas pinturas estaban protegidas por un marco con cristal, por lo cual las obras en sí no fueron afectadas. La/os protestantes también pegaron sus manos a la pared o a los marcos de las obras, en lo que parece ser otro de los símbolos de una protesta-acción que apela quizás a establecer una intención con un sentido artístico-performático. A pesar de no existir un daño material considerable -lo cual hubiera activado de inmediato los millonarios seguros que también las protegen-, las acciones han generado una suerte de desacralización del espacio museístico e invitan a pensar en el lugar de estas instituciones educativas y de la memoria social: ¿De qué manera es posible actualizar la relación entre estos espacios, el arte, las ciudadanías y los urgentes mensajes a transmitir en relación con los varios cataclismos que enfrenta nuestra civilización?

Por un lado, es necesario mencionar que vandalizar obras de artes para buscar reacción en la clase política, como ha sido el móvil declarado de algunas protestas, parece no ser una buena estrategia. Tradicionalmente las clases dirigentes ven al arte como algo meramente decorativo u ornamental, y casi nunca lo incluyen como prioridades de sus agendas gubernamentales. En realidad, y de manera general, en la política contemporánea existe una marcada insensibilidad frente a la inconformidad o a la protesta ciudadana: resultados tangibles de movimientos sociales generalmente solo se concretan cuando éstos ponen en jaque actividades productivas que perjudica a las élites o a aquellos sectores a los que los gobernantes realmente responden. Un evidente ejemplo fueron las recientes movilizaciones sociales a nivel nacional lideradas por el movimiento indígena en junio/julio de 2022: ¿En qué momento y por presión de qué sectores el gobierno se obligó a sentarse en la mesa de negociación?

¿Qué hace pensar que atentar contra los patrimonios generará la mínima reacción de los políticos y de las grandes corporaciones contaminantes? En el argumento de los activistas, está el impacto mediático viral que han logrado al beneficiarse del prestigio y resonancia que tienen los museos -en otras latitudes, pues en para el Ecuador lamentablemente no es una situación que corresponda. También, indican –la/os manifestantes- que están conscientes de que en gran medida se instrumentalizarán estas acciones para desacreditar legítimas y necesarias protestas, pero que la búsqueda para interpelar a la humanidad en su conjunto requiere incluso de medidas agresivas e impopulares. Sin embargo, esta aseveración puede ser cuestionada pues el mundo actualmente habla del vandalismo contra las obras de arte, y muy poco del trasfondo y significado de la protesta.

Ciertamente, estas acciones se han instalado en el debate público, principalmente desde la condena y no en torno a la reflexión del mensaje antiextractivista. En consecuencia, se pierden consideraciones importantes derivadas de este contexto, como el contraste entre la indignación generada por el ataque al patrimonio simbólico y la indiferencia generalizada en torno a la destrucción del patrimonio natural. Este parece ser la conexión lógica lost in translation y que ha restado efectividad a estas manifestaciones. Por otro lado, y si bien la propuesta no apuntaba directamente a una crítica de la institucionalidad del arte en sí misma, vale preguntarse por el aislamiento y desentendimiento de las grandes organizaciones artísticas – y de una parte de artistas también- respecto de las coyunturas urgentes en el ámbito social y ambiental, y por la percepción de las obras de arte como elementos de prestigio y capital cultural de las élites.

En este sentido, es también necesario señalar que el aura del sector artístico no debe ser una excusa para desentenderse de varios de los problemas contemporáneos globales: pobreza, inequidades sociales y violencia, perspectiva de género y reivindicaciones feministas, inminente escasez del agua, cambio climático y crisis ecológicas. Al contrario, la capacidad del arte para transmitir mensajes y para ayudar a la sociedad a reflexionar sobre conflictos esenciales de la humanidad debe ser determinante en la posibilidad de generar cambios de comportamientos indispensables para la sobrevivencia del planeta. Quizás, en este sentido también sea importante reflexionar respecto de qué manera el campo artístico puede manifestar con coherencia su involucramiento con las grandes causas que debe movilizar a nuestra especie.

Por ejemplo, abordemos desde una mirada crítica la relación entre la ecología y los modos de producción del arte, y de cómo han replicado algunas de estas problemáticas dinámicas. El sector cultural y del entretenimiento debe, en efecto, resolver una problemática ecuación: ¿cómo convocar a un público masivo al tiempo que reduce su huella ecológica? El deficiente balance ecológico del sector inicia, por ejemplo, en la huella de carbono provocada por la sumatoria de los traslados del mobiliario necesario para producir y consumir arte, por los desplazamientos de artistas y público alrededor de las manifestaciones culturales, y por la construcción de nueva infraestructura cultural de gran tamaño.

En efecto, ya varias miradas se dirigen al respecto de los impactos ambientales producidos por la actividad artística, por ejemplo recientemente en Europa la iniciativa “Where to Land” - Dónde aterrizar, la integración de las artes escénicas europeas en el nuevo régimen climático- busca generar compromisos concretos del sector escénico para reducir su impacto ambiental, y para ello genera propuestas colectivas que van desde repensar las narrativas y la programación como palancas para la transformación, trabajar sobre la huella ecológica dela producción artística desde diferentes dimensiones, y también demandar regulaciones y políticas públicas para generar cambios significativos en la búsqueda de generar nuevas formas de producir cultura.

Localmente en el campo del arte contemporáneo, resulta interesante revisar lo acontecido en la última Bienal de Cuenca, que declaró su última edición como la del Bioceno, y que busco generar un modelo sostenible y un compromiso ecológico en varias dimensiones: tanto en sus narrativas y propuesta curatorial, como en la gestión de la producción de sus obras e instalación en espacios. En palabras de Blanca de la Torre, curadora de la 15 Bienal de Cuenca, “El sector del arte, en particular, requiere un cambio en su cosmovisión, pues se asienta en una sociedad capitalista, patriarcal y colonial, tres factores que han ido de la mano del ecocidio contemporáneo. Por ello, la curaduría de la 15 edición partía de afrontar las tensiones de la crisis socioecológica y generar resortes para cambiar el rumbo de las narrativas, modificar el cauce de los relatos oficiales, desde un espacio en el cual las dimensiones discursivas y pragmática fueran indisociables”.

En este mismo espíritu, a manera de apertura y como contribución inicial para este debate, quedan anotadas, a continuación, algunas medidas y acciones posibles de implementar a diferentes escalas para trabajar en un involucramiento del campo artístico con problemas puntuales e la dimensión ecológica:

LÍNEAS DE FOMENTO

Condicionalidad verde a los subsidios/transferencias desde lo público: los fondos de fomento y otras herramientas deben incluir criterios ecológicos en su diseño e implementación.

FINANCIAMIENTOS PRIVADOS: ¿TODO VALE?

Revisar la pertinencia del origen de financiamientos de mecenazgo por parte de industrias contaminantes a instituciones culturales.

ACCIONES A ESCALA INDIVIDUAL EN LA PRODUCCIÓN ARTÍSTICA

Incluir buenas prácticas en el desarrollo de proyectos artísticos que incluyan acciones reveladas de consideración y sostenibilidad en distintos aspectos (movilidad, producción artística, reducir talla de eventos artísticos).

INVESTIGACIÓN PARA EL DESARROLLO DE NUEVOS MATERIALES

Fomentar y apoyar la investigación para la generación de materiales para obras de distinto tipo cuya huella ecológica sea de bajo impacto, tanto a nivel de producción como de uso.

"SMALL IS BEAUTIFUL"

Repensar los tamaños de proyectos artísticos y reducir tallas en sus procesos de multiplicación, acercándolos preferentemente a una dimensión local.

NUEVAS INFRAESTRUCTURAS PARA LA CULTURA

Consideraciones ecológicas a la hora de planificar y construirlas, en especial aquellas de mayor envergadura. Atención a diseños, materiales utilizados, usos y fuentes de energía.

Estas son algunas pistas sobre una dimensión de la crítica que atañe actualmente al campo artístico. Ciertamente la coherencia y el buen sentido pueden configurar muchas otras para responder a otras esenciales aristas en otros ámbitos igualmente cruciales.

Así, a manera de respuesta a la pregunta inicial planteada por este escrito, la calificación de las acciones del colectivo Just Stop Oil, entre el activismo y el vandalismo, dependen también de la capacidad de lectura de la sociedad que presencia sus acciones y de las prioridades que en ella han sido instauradas desde las esferas de poder, además de, naturalmente, la claridad y efectividad del mensaje enviado. Justamente ayer, 1 de noviembre, el grupo anunció que detendrá sus protestas después de 32 días de manifestaciones. Queda pendiente entonces un seguimiento analítico y crítico de las repercusiones de sus acciones en el ámbito político y de las contrapropuestas que desde el mundo del arte se puedan realizar para atraer la atención sobre los daños de los modelos extractivistas y del cambio climático, y también lógicamente para asumir sus propias responsabilidades ante la dimensión y urgencia del problema ecológico en su estado actual.

*Pablo Cardoso es el director Observatorio de Políticas y Economía de la Cultura de la Universidad de las Artes, economista especializado en los ámbitos de economía de los saberes, de la cultura y la creatividad. Docente e investigador de la UArtes. Doctor en Economía por la Université de parís 1 Panthéon-Sorbonne. Sus líneas de investigación son: economía de los conocimientos, saberes, cultura e innovación; políticas públicas y sistemas de gobernanza, y propiedad intelectual, derecho de autor y capitalismo cognitivo

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